Los inversores de Emgesa no sólo se llevarán el dinero, su triunfo; sino también una porción del alma huilense, nuestra derrota. Destruirán una fracción de paisaje natural y lo reemplazarán con otro artificial. Nos someteremos al mandato cultural de valorar más el artificio. JORGE GUEBELY Otra muerte parcial Los inversores de Emgesa no sólo se llevarán el dinero, su triunfo; sino también una porción del alma huilense, nuestra derrota. Destruirán una fracción de paisaje natural y lo reemplazarán con otro artificial. Nos someteremos al mandato cultural de valorar más el artificio. Por eso, apreciamos más el maquillaje que el rostro, más la silicona que los senos originales, más la apariencia que la realidad. Mandamiento esencial para el comercio, no para el ser humano. En la conquista, utilizaron el espejito y el deber a civilizar pueblos salvajes como bandera. El artilugio costó a los indígenas su catástrofe: primero el suelo, después el oro, continuaron con la plata; cuando fueron por ellos, ya era tarde según el poema de Brecht. Los sometieron a una esclavitud que aún hoy tratan de sacudir sin ningún éxito Hoy, su bandera es el Desarrollo y el deber de desarrollar (irresponsablemente) a los pueblos subdesarrollados, la actual patente de corso. Así aumentarán sus reservas financieras, sus afrentosos placeres, sus excéntricas extravagancias, mientras los huilenses nos quedaremos con la depredación, con la añoranza de un antiguo paisaje y con otra muerte parcial del ser humano. Porque la muerte parcial de un paisaje implica la muerte parcial de su gente, hombre y paisaje forman una unidad, hay una gota de paisaje en cada persona. Y “El hombre no puede destruir todo sin destruirse a sí mismo”, afirma brillantemente William Ospina. ¿Cuánto morirá un campesino que ve desaparecer su vereda, su cosmos, su raíz? La misma muerte de un parisino que viera desaparecer Paris bajo el Sena. Ellos ignoran que muchos huilenses pulieron su ser con el canto del pito fue en aquel lugar, o intuyeron la presencia de Dios en el tono de la paloma torcaz, o se sintieron mirados mientras miraban flores silvestres. El poeta Jáder Rivera se conmovió hasta el desborde al enumerar las 65 especies de pájaros que había visto el hijo del hombre, Jorge Villamil convirtió al río en fuente de conciencia musical, y el otro Rivera hizo de la naturaleza su estética lúcida y profunda. Pero los capitalistas sólo son sensibles al capital y los políticos, al poder público. Nada distinto los conmueve, lejos están de una sensibilidad humanizada, no les importa el desamparo del paisaje: su fauna, su flora y su gente. … “¿y quién cuando muera consolará el paisaje?”, se preguntaba el poeta mayor. La respuesta resulta difícil, sólo hay una certeza: buscarla por fuera de la moral capitalista y de sus políticos. lunpapel@gmail.com