Actualmente, la realidad política en el país se explica por la incoherencia. Claro, también hay muchos escándalos, variados hechos de corrupción, demagogia al por mayor, y populismo, entre otros. Sin embargo, la incoherencia explica, en gran medida, lo que ocurre políticamente en Colombia gracias al fuerte arraigo que tiene la falta de coherencia en nuestra sociedad.
Se advierte que el país ha renunciado a tener la lógica como derrotero, por lo que el más elevado costo podríamos pagarlo en 2026 con la reelección de la agenda del desgobierno actual. Pareciera, de hecho, que hemos perdido la capacidad de actuar colectivamente de forma lógica frente a los mismos hechos. Esa incoherencia se manifiesta como doble moral y también como laxitud (algunos dirán, no sin razón, que es otra forma de corrupción).
Causa sorpresa que una canción de reguetón genere indignación en Colombia mientras que la esclavitud sexual a la que los grupos terroristas han sometido a miles de niñas, niños y mujeres no genere siquiera una reacción similar (claro, sin que ello signifique una defensa del género urbano).
Ahora bien, no deja de ser paradójico que un sector del país critique vigorosamente la posible candidatura presidencial de una periodista que por más de 30 años ejerció un oficio decente, sin que el mismo sector hubiese dudado en apoyar la candidatura presidencial de un exguerrillero, aduciendo razones de decencia, legalidad y respeto a la institucionalidad.
La contundencia de los hechos debería suscitar, cuando menos, una reflexión, alrededor del daño que la incoherencia le acarrea al país, toda vez que, la sociedad resulta presa de los intereses políticos que soportan las diferencias pseudo ideológicas que causan polarización. Eso no sólo compromete la coherencia del país, también desfigura la esfera ética del individuo que se ve tentado a defender lo indefendible, a justificar lo injustificable y a perdonar lo imperdonable, todo bajo el prurito de no concederle la razón al otro espectro político.