Con toda razón, la población laboyana y del sur del Huila está indignada por el crimen de la joven Wendy Natalia Anacona Samboní, de 28 años de edad, quien fue atacada a machete, en hechos ocurridos en la madrugada del pasado lunes en la vereda Santa Rosa, límites entre los municipios de Pitalito y Palestina. El victimario resultó ser su compañero sentimental, identificado como Jairo Saúl Samboní Males, quien horas después del crimen, fue capturado por la Policía.
Se trata, evidentemente, de un hecho profundamente doloroso y repudiable desde todo punto de vista.
El nombre de Wendy Natalia pasa ahora a engrosar ese abultado listado de casos de violencia contra la mujer que suceden día tras día, mes tras mes, año tras año, en el país. Los feminicidios y las agresiones físicas y psicológicas son desde hace rato un gran problema nacional al que las autoridades no han mirado seriamente. No hay planes a corto, mediano o largo plazo para frenar estos hechos a lo largo y ancho del territorio colombiano. Y si los hay, claramente, no están funcionando.
No ha sido una, ni dos ni tres, sino muchas veces las que desde esta tribuna hemos alertado sobre esta tragedia silenciosa que sacude al país. La muerte de Wendy Natalia y de decenas de mujeres durante los últimos años representa madres, trabajadoras, amas de casa, con historias antecedidas por el drama, el suplicio y el sufrimiento.
De forma periódica y cada vez que ocurren feminicidios que sacuden al país, las autoridades anuncian estrategias para reducir la violencia contra la mujer. Sin embargo, muchas de ellas se diluyen cuando intentan traducirse en acciones concretas en las regiones en donde los casos de agresiones, maltratos y acosos contras las mujeres son el pan de cada día.