El Dios nacido en Belén es desconcertante

“En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti”. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”.»  (Mateo1, 18-24).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Llegado al último domingo de Adviento, antesala inmediata del tiempo de Navidad. Estamos ya muy cerquita de tocar y adorar el Misterio de Dios hecho Humano por nosotros, o, como dice el Evangelio de san Mateo, del Dios-con-nosotros. Dos personajes nos esperan en la puerta: José y María. Dos cualidades los distinguen: la fe y la humildad. Sin ellas y sin ellos, no podemos tener acceso al Pesebre de Belén. Y es que Dios no llega al mundo entre la fanfarria de la música celestial ni los oropeles de los ejércitos sobrenaturales. Tampoco llega rodeado del esplendor de los poderosos. Ni ha elegido a sus padres entre la realeza de palacio. Dios es así. Por eso es tan difícil comprender todo el ruido que se monta en estas fiestas ni las luces multicolores ni ese ir y venir de las multitudes, en carrera frenética por comprar algo.

Y encima decimos que es para preparar la Navidad. ¿Qué Navidad? Estamos como Herodes y los sacerdotes de aquella época, que no se enteran de que Jesús no nace en Jerusalén, ni en el palacio del gobernador, ni el Templo, ni en las iglesias, ni en los grandes almacenes, ni el derroche de las comidas y las compras, ni en los poderes mediáticos de la información, ni en las camarillas corruptas de algunos políticos. Porque Dios no es “políticamente correcto”. El Dios hecho hombre se salta al protocolo diplomático. Y se le ocurre nacer en las afueras de la ciudad, en una noche como otra cualquiera, de unos padres desconocidos, pobres, humildes. Rodeado de un buey y una mula, adorado por sencillos y mal olientes pastores, reverenciado por unos extranjeros y extraños soñadores y buscadores de estrellas.

Dios es así, el Dios que nace en Belén es desconcertante y nos sigue encontrando   fuera del camino y de las costumbres a las cuales estamos enseñados, pues seguimos ocupados y empeñados en buscarlo allí donde no está, donde no se encuentra. Y mientras, Jesús sigue naciendo en los pobres y gritando de hambre en los millones de niños que mueren ante la mirada fría de quienes derrochamos, y sigue clamando en los sin techo, en los inmigrantes, en los que sufren en hospitales, en cárceles, en asilos, en los que se tienen por única compañía la soledad. ¡Qué horror de Navidad! ¡Qué falsa Navidad!

Claro, eso sí, como no queremos que nos duela demasiado la conciencia, estos días creemos que somos buenos,  justos y solidarios, porque damos algunas “migajas” de lo mucho que nos sobra, y organizamos tele-maratones benéficos para que se exhiban los personajillos mediáticos que así aumentan su caché económico, y visitamos hospitales, y nos retratamos con los abuelitos del ancianato, nuestros gobernantes aparecen en barrios y veredas con caravanas navideñas entregando migajas de regalos y apadrinamos niños del tercer mundo, e incluso por un día detenemos las guerras y parece que el mundo es otro mundo, y nos lo creemos. En fin, pensemos un poquito, que todavía estamos a tiempo de vivir “otra” Navidad más humana, más cristiana, más espiritual, más real y más solidaria y sostenida en el tiempo, todo el año.

Jesús, María, José, el buey, la mula, los pastores, los magos de Oriente, son los mejores modelos. Dejemos que nos lleven de la mano hacia Belén y que nos ciñan la corona de la fe y el cetro de la humildad. Que nuestro Dios, testigo de la ternura en el Niño de Belén, nos convoque, desde un proceso evangelizador, a vivir la esperanza activa, creadora y transformadora de la realidad. Feliz navidad.

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