El nivel de devastación y dolor que dejó la dana, en Valencia, España, sigue intacto en los habitantes que sufrieron en carne propia el desastre y que 12 días después, siguen luchando por recuperar lo que quedó en medio de la destrucción.
Los coches pitaban y los perros empezaron a ladrar. Es lo primero que recuerdan Laura Jiménez y Vicente Cantador, sobre el día en que ocurrió la dana, en Valencia, España. Después escucharon el sonido del agua. Pero no caía del cielo, porque esa tarde no cayó una gota. Venía del suelo. “Es el barranco que se ha desbordado”, pensaron. Vieron cómo una lengua de agua, pequeña al principio, avanzaba desde el comienzo de la calle hacia su portal. Bajaron corriendo del primer piso en el que viven y trataron de sacar uno de los coches del garaje. Llegó una tromba de agua. En dos minutos, el caos. Con algunos vecinos, Vicente hizo un dique improvisado en la puerta del garaje con bolsas de basura. Se fue la luz en el número 7 de la avenida Blasco Ibáñez de Catarroja. Subió a tranquilizar a su hijo, que estaba llorando. Se escuchaban gritos y golpes. Todo estaba oscuro.
Calmó al niño y bajó de nuevo. El agua corría con una fuerza imparable. Bueno, en realidad, no era agua. Era una masa marrón viscosa con piedras, árboles, residuos, maderas, objetos de todo tipo. En ese momento a algunos de los que estaban haciendo el dique se los llevó la ola hacia dentro del aparcamiento sin que nadie pudiera hacer nada para impedirlo. Dos días después, la Unidad Militar de Emergencias (UME) sacó de allí cuatro cuerpos sin vida. Muchos vecinos aún no pueden hablar de lo que pasó. “No quiero recordar esa noche nunca más en la vida”, dice uno de ellos.
Catarroja, a ocho kilómetros de Valencia, tiene casi 30.000 habitantes. Es uno de los municipios más perjudicados por las riadas del 29 de octubre, que han provocado al menos 215 muertes en la provincia y destruido decenas de pueblos. Es una zona de huerta y marjal entre Paiporta, Benetússer, Albal y Massanassa, los cuatro tristemente famosos estos días como parte de la zona cero de la dana. Están todos pegados. Si no conoces la zona, no sabes bien dónde termina uno y empieza el siguiente.
Devastación
El nivel de devastación en todos ellos deja sin respiración. En muchas calles solo hay barro y seres humanos con muchas historias por contar. Cada persona tiene una. Lo que ha pasado es tan brutal que los propios periodistas reflexionan sobre si es posible transmitir en toda su dimensión la tragedia que se está viviendo aquí. A veces es útil mirar con el microscopio, así que este reportaje se centra en una única calle de Catarroja, la de Vicente y Laura, la de los cuatro fallecidos en ese garaje. La avenida Blasco Ibáñez.
Se llama avenida, pero en realidad es una calle no muy grande. Apenas 300 metros. Tiene unas 200 viviendas construidas, el colegio Larrodé al fondo, el instituto Berenguer Dalmau, la peluquería Azabache, de Pili, la tienda de ropa Lola Guarch, de Sarai y su madre, una manzana de casitas blancas de tres pisos, un parque para que jueguen los niños, el restaurante Pasta nostra, el 11 de calle, el bar Marjal, la casa de Laura y Vicente, la de Pedro, la de José, la de Nuria… Y al comienzo, aunque formalmente pertenece a otra calle, la funeraria San Vicente Mártir. Justo detrás, a un minuto andando, aparece el barranco del Poyo. Cuando está bajo, parece el cauce inofensivo de un río tranquilo. Pero fue uno de los que se desbordó torrencialmente y esta calle una de las primeras en recibir su violenta marea marrón.
Ahora, todo está arrasado. El pabellón deportivo del colegio Larrodé se ha convertido en un punto de entrega de comida y productos de primera necesidad que organizan profesores y padres en la única parte que ha quedado en buen estado. El comedor es un amasijo de barro y mesas. Las aulas de infantil quedaron anegadas. Las mochilitas con las mudas y los percheros con fotos de los nenes entre abejas o hipopótamos están llenos de fango. El instituto Berenguer Dalmau está cerrado a cal y canto y su patio lleno de escombros y de coches enterrados. Alguien ha entrado en el edificio y ha arrasado uno de los despachos, dejando papeles y orlas de antiguos alumnos tiradas por el suelo.
“Fue espeluznante”
Nuria, su marido y sus hijos, que viven frente al instituto, no tienen casa. Pili no tiene peluquería. Sarai y su madre se han quedado sin tienda. Tras la funeraria asoma un ataúd lleno de lodo. Laura y Vicente sienten una angustia que no se les va. Todos en la calle están en shock. Pero tiran para delante y llevan 12 días trabajando día y noche, con la ayuda de una marea de voluntarios, para recuperar su vida en mitad del lodo y de un olor pútrido que lo impregna todo, que se te queda dentro y no sale. La historia de la dana se contiene entera en esta calle de Catarroja.
“Fue espeluznante”. “Nunca había pasado tanto miedo”. Los recuerdos de los vecinos de la avenida Blasco Ibáñez coinciden en que el martes 29 de octubre fue el peor día de sus vidas. “Los de fuera habéis visto luego en imágenes la destrucción, el fango, pero no os podéis imaginar el miedo que pasamos aquella noche”, dice Sarai Gil, de 29 años, que estaba ese día en su tienda de ropa, en el número 32 de la calle, trabajando entre telas y vestidos. Todos relatan lo mismo, que fue muy rápido, que estaban tan tranquilos, que vieron un poco de agua, y que de repente esa agua le llegaba al cuello. A Sarai, literalmente. Salió como pudo del local y se la llevaron los vecinos al primer piso.
*Tomado de El País de España.