Con el acceso a la información y a múltiples psicólogos y terapeutas de redes sociales, el lema del amor propio se ha convertido en moda. Pensamos en lo que queremos recibir, los términos en los que queremos vincularnos con el otro, el tipo de persona que queremos, el tipo de relaciones afectivas que queremos sostener, lo que permitimos y lo que no y, sin darnos cuenta, construimos una pared infranqueable para la verdadera conexión.
En nombre de este especial “tipo de amor” nos abrimos al mundo de las relaciones buscando un producto de catálogo, deslizamos a la derecha sí parece que sirve y deslizamos a la izquierda sí parece que no sirve. Obviamos el estado de protección perpetuo desde el que nos movemos, nos deshumanizamos y deshumanizamos para finalmente darle vida eterna a un muerto viviente: el recuerdo de lo que vivimos en el pasado y no queremos repetir. Luego consumimos para satisfacer necesidades rápidas, obtener orgasmos fugaces y sonrisas de corto alcance. Sí, caemos en la adicción a la dopamina, esa adicción a los estímulos que nos generan placer y, que, nos impulsa cada día por un poco más y un poco más -así como la relación con el teléfono digital-, manteniendo un estado de carencia (de hambre).
¿Sabe usted cómo es vivir con hambre?
Quizá el 2025 sea un año para pausar y quebrar esas barricadas que rápidamente hemos construido para evitar el contacto humano real -hasta con la pareja de hace tantos años- excusados en la moda del amor propio. Tal vez podamos recordar que el amor florece donde no hay barricadas protectoras y de discriminación; florece en un ambiente vulnerable y honesto, sin presión y sin control; donde los límites no son armas de guerra sino consecuencia de un auto-reconocimiento sano que se expande y, que, por consecuencia, reconoce y valora a cualquier otro y su valía; donde nos que no seamos selectivos sino que la guía es el sentir que no está arraigado en el temor. No hablamos de usos y provechos, mucho menos de fuentes de placeres rápidos, hablamos de humanidad en compañía.
Le deseo un 2025 para tumbar las paredes que el miedo ha construido y que inhiben la manifestación del amor, o si lo quiere llamar de otra manera, de la paz.