Tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1958, Venezuela estableció el llamado Pacto de Punto Fijo. Acuerdo que involucró a diversos sectores políticos, económicos y sociales, determinando una gobernabilidad que duró cerca de 40 años.
Durante este período, la cuna del Libertador adoptó un modelo económico centrado en el fortalecimiento de su sector productivo, especialmente el de hidrocarburos. Las condiciones favorables del mercado -en su momento- y la sucesión democrática del poder, propiciaron progreso y desarrollo para sus habitantes por casi cuatro décadas.
Con el paso de los años, la crisis generada por la caída de la producción y los precios del petróleo en 1989, agravada por el exceso de oferta, la baja demanda y las tensiones geopolíticas por la reunificación de Alemania y la disolución de la URSS, provocaron el aumento del precio de los combustibles en Venezuela. Situación que detonó el estallido social que hoy se conoce como el ‘Caracazo’.
Este momento coyuntural fue aprovechado por Hugo Chávez Frías, quien, gracias a sus promesas de cambio y a una profunda conexión popular, logró conquistar las calles y a los venezolanos en las elecciones presidenciales del 6 de diciembre de 1998.
Ya en el gobierno y viviendo una realidad momentánea, Chávez y sus socios, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, afirmaron haber reducido los indicadores de pobreza gracias a la entrega de subsidios a los sectores más vulnerables. Este logro, según ellos, se sustentaba en una fuerte intervención estatal a los diferentes sectores económicos.
El tiempo dejó en evidencia el profundo error de Chávez y del actual dictador Maduro. En Venezuela, la pobreza nunca se combatió generando riqueza para el pueblo, sino destruyendo el sector productivo del país. Esta devastación económica llevó a la quiebra total, dejando incluso sin recursos al régimen para sostener los subsidios que prometieron.
Antes de morir, Chávez, junto a Maduro y Diosdado, acorralados por los embargos económicos y la crisis que ellos mismos generaron, abandonaron su discurso de promesas incumplidas. Privados del respaldo popular que alguna vez tuvieron, recurrieron a la violencia para perpetuarse en el poder. Su estrategia se cimentó en una oscura alianza conocida hoy como “El cartel de los soles”.
Contra todo y después de robarse las elecciones, Nicolás Maduro ha iniciado su tercer mandato, reconocido por un órgano electoral que él mismo creó y que también controla.
A estas alturas, es claro que para sacar al Dictador se necesitará más que marchas y protestas. Y que la riqueza económica de un territorio y su población jamás podrá alcanzarse sin la consolidación de su sector productivo.