El fin del arte contemporáneo

Se comienza a hablar del fin del arte contemporáneo. Así las cosas, nos resignaremos a quedarnos sin saber exactamente de qué se trata y se comenzará a elucubrar sobre un arte post contemporáneo, como ocurrió con la aparición de la post modernidad que se agotó rápidamente sin que se vieran nuevas aportaciones significativas desde el mismo arte ni de la filosofía o de la crítica.

Para entender el arte contemporáneo hay que remitirse a cien años atrás, en pleno auge de las vanguardias, cuando Marcel Duchamp, pintor francés radicado en Nueva York, decidió comprar en una ferretería un orinal y firmarlo con un seudónimo para que fuera exhibido en el Salón de los Independientes en París, evento artístico al que se podía participar sin pasar por un jurado. La “obra” fue recibida y colocada en un rincón cualquiera de la muestra sin que llegase a “épater le burgeois”. Hasta ahí la cosa esa no tenía visos de convertirse en el hito primordial en el surgimiento del arte contemporáneo. Para esa época el suceso que había conmocionado al mundo entero, el robo de la “Monalisa”, ocurrido pocos años atrás, seguía siendo motivo de intriga. Ante eso, un gesto tan trivial como exponer un orinal en una base, como si fuese una fuente, no era gran cosa. Competir con el gesto de Vicenzo Perrugia, el oscuro trabajador que se llevó del Louvre enrollada la pintura de Leonardo Da Vinci, no era del todo fácil.

Lo que ocurrió después es lo que marca el paradigma del arte contemporáneo en el que prima la narración por encima de la misma “obra” y que por lo mismo justifica cualquier acto por ridículo e insignificante que sea como pegar un banano en una feria de arte o fabricar un piso fundiendo las viejas armas entregadas por las FARC. Entre muchas curiosidades resalta el que hubiese desaparecido y Duchamp, corto de plata, se animara a sacar una edición para ser vendida a coleccionistas siendo ya famosa en los circuitos artísticos sin que existiese físicamente. El artista, muy confiado, regresó a la ferretería donde compró el orinal y, ah sorpresa, se habían agotado. ¿Qué hacer? Muy sencillo, mandar a fabricar catorce ejemplares para ser firmados con el seudónimo R. Mutt por el mismo Duchamp.

Antes de que se materializara de nuevo lo que dio permanencia a la obra “original” fue la fotografía que Stieglitz le hizo en su galería. Mientras tanto una fotografía impresa en una postal de la “Monalisa” fue intervenida por Duchamp dibujándole unos bigotes, burla muy habitual entre los niños y personas desocupadas como el ya famoso artista que inauguró toda una manera de hacer y ver el arte que un siglo después hay quienes quieren darlo por finiquitado.

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