Una de las grandes paradojas de los conflictos armados en el mundo es que muchos de sus precursores, promotores, líderes y atizadores no mueren propiamente en el campo de batalla, como solía ocurrir y se esperaba que ocurriera – y así lo buscaban ellos – en las grandes batallas de la historia pre moderna. Una de las grandes paradojas de los conflictos armados en el mundo es que muchos de sus precursores, promotores, líderes y atizadores no mueren propiamente en el campo de batalla, como solía ocurrir y se esperaba que ocurriera – y así lo buscaban ellos – en las grandes batallas de la historia pre moderna. Por ello era mal visto y no contribuía a su grandeza el morir en la cama por alguna enfermedad no adquirida en la guerra o, peor, esperar a morir de viejo. No es justo con la historia que quienes han sido responsables de innumerables muertes, unas justificadas por el derecho a la legítima defensa, y muchas más como producto de la degradación a que conduce el conflicto, terminen sus días de manera pacífica y acompañados de todo su séquito en tanto sus víctimas ven pasar el inexorable tiempo sin que castigo ninguno se haya aplicado sobre esos victimarios. Ya Colombia ha visto cómo, en las seis décadas de escalamiento de esta guerra interna, un sinnúmero de asesinos, de sus patrocinadores también homicidas y de quienes han echado leña al fuego de estas confrontaciones fratricidas a través de la política, el uso mismo de la fuerza oficial, del dinero mal y bien habido o de tantos otros mecanismos, han podido morir sin que el supuesto largo brazo de la ciega justicia haya logrado alcanzarles. De esta manera, y sin que nada fáctico pueda hacerse, hemos visto que algunos de los más tenebrosos protagonistas de la historia nacional de los siglos XX y XXI no han sido objeto de la acción represiva del Estado y ni siquiera han pasado ante un juez para dar cuenta de sus actuaciones, mucho menos llegar a una cárcel para cumplir alguna mínima condena. De esta pléyade forman parte ya, de la cruenta historia nacional, líderes de las sucesivas guerrillas, jefes paramilitares, oscuros agentes estatales que torcieron sus actuaciones hacia el delito, supuestos empresarios de mercados tan oscuros y jugosos como el de las esmeraldas, políticos del más bajo nivel y gobernantes que hicieron uso de la violencia para sus fines protervos. Y sobre ellos no pudo, no quiso o encontró cerradas las puertas la justicia; el mismo poder acumulado de tales sujetos, infiltrado en las estructuras de la Nación, les sirvió para impedir que algún juez, policía o soldado pudiese echar mano de ellos y someterlos a una condena. Y así pudieron vanagloriarse, caminar a sus anchas y gozar de los réditos de los delitos cometidos mientras la sociedad simplemente miraba para otro lado. Dolorosamente el país seguirá apelando únicamente al juicio de la historia para que ésta, implacable y más imparcial que todos los hombres, descargue su veredicto sobre aquellos individuos. “Y sobre ellos no pudo, no quiso o encontró cerradas las puertas la justicia”. EDITORIALITO Cuando se quiere, se puede. Los operativos de control realizados el fin de semana por la Policía en la carrera quinta de Neiva, invadida de bebederos, permitieron la movilidad. Lástima que no sean permanentes.