Ira, esa es la palabra más cercana que podría expresar lo que sentí cuando me enteré que Drummond hacía de las suyas en el mar de Santa Marta. Aunque francamente se quedaría corta, tendría que inventarme una nueva que lograra contener el dolor de patria que muchos seguramente compartimos. Sin mencionar la profunda desazón que me embargó al conocer el absurdo monto que se impondría como multa, toda una bofetada hacia el país. 2.900 millones son la caja mejor de esta multinacional, una miseria que pagarán riéndose a carcajadas hasta el borde mismo de las lágrimas. Voté por Juan Manuel Santos pensando que tal vez su locomotora minera respetaría el medio ambiente y llegaría a un equilibrio prudente entre las flores y las retroexcavadoras, pero ya veo que me equivoqué. Fui un ingenuo cuando creí que mi voto pesaría más que los fajos olorosos a petróleo de muchas empresas, como se supone que en teoría funciona la democracia. Por tal razón hoy depongo mis banderas ecológicas y me rindo en un acto de cobardía para unirme al bando millonario de la ambición y la codicia, siempre tan jugoso y tentador. Presidente, ya que no quiso proteger las sublimes riquezas naturales de este país que usted juró defender el día de su posesión, hoy le pido lo contrario a lo que esperaba con mi voto hace unos años: Acabe con todo. No quiero bañarme en el agua pura y limpia del Mar Caribe. No, la prefiero llena de carbón, así sabe mejor. Qué mayor honor para cualquier ciudadano nacido bajo este cielo que desarrollar una enfermedad por beber o aspirar el progreso que todas estas poderosas empresas extranjeras traen con sus máquinas. También me molestan esos estorbosos árboles que adornan con su sensual verde hipnótico las llanuras que mi ventana proyecta en los viajes por carretera. Quiero que mi iris sólo perciba el humo de los buldóceres orquestado por sus rugidos metálicos. Quiero que al grifo de mi cocina sólo llegue agua con mercurio, ya estoy harto de la cristalina que baja de los páramos, esa no ayuda a producir dinero. De paso también le sugiero que acabe la pusilánime ANLA, ya de por sí su trabajo es bastante discreto, entonces su ausencia no se notará ¿Y de cuándo acá se necesita una licencia para explotar la tierra? Drummond no tuvo la culpa, la tuvimos nosotros y nuestro arcaico apego a la naturaleza. Presidente, mis hijos no se merecen la repugnante belleza descomunal de la Colombia que a mí me tocó vivir. No, para ellos quiero algo mejor: El mañana más oscuro que el dinero pueda comprar. Obicter Dictum: No entiendo por qué tanta indignación con la boda en latín de la hija del Procurador, todos sabemos que Alejandro Ordóñez es un viajero del tiempo que llegó desde la Edad Media para salvar a esta patria de las garras del siglo XXI y también tenemos claro desde hace un buen rato que la pleitesía oportunista es el deporte por excelencia de la clase política colombiana.