“Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el profeta Isaías: “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos.” Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: “Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero é1 os bautizará con Espíritu Santo.”» (Marcos 1,1-8).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Marcos, el Evangelista que este año nos tomará de la mano para ir conociendo y viviendo el Evangelio, la Buena Nueva de salvación, comienza este día su mensaje, poniéndonos al frente de una manera directa y precisa, a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios como la Buena noticia de liberación. La buena nueva consiste precisamente en que Jesús de Nazaret, engendrado en el tiempo en un oscuro pueblecito en las inmediaciones de la gran Jerusalén es precisamente el Cristo, el Mesías, el Ungido, el que trae consigo la salvación y la paz para todos los hombres: “Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo, como pastor apacentará su rebaño: llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”.
Pero si eso fuera todo, eso no sería noticia, pues Cristo murió en la cruz, víctima de un juicio injusto y lleno de maldad. Lo bueno viene cuando se asegura que Cristo es el Hijo de Dios y que por lo tanto y por su entrega, por su amor y su sacrificio por todos los hombres, el Padre lo resucita y lo hace sentar a su derecha. Es el Señor de todos los tiempos, de todos los continentes y de toda la historia. El profeta Isaías instaba entonces a preparar el camino al Señor que llega: “Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sion, alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios”. Éste es entonces el personaje que anunciaba San Juan el Bautista, aquél ante quien se sentía pequeño pues él era sólo un enviado, un precursor, que tenía que anunciar precisamente la llegada del verdadero Enviado, el Mesías, el Salvador. Él consiguió entonces el primer milagro de la Salvación que el Señor traería a la tierra: alejar a los hombres de su vida rutinaria, en medio de una sociedad que no funcionaba como tal, un mundo de pecado y de maldad, en la capital Jerusalén y sus alrededores.
Al estilo de las ciudades postmodernas, ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera abandonado. Pero la verdad es que Dios no abandona a su pueblo, sino que envía precisamente a su Hijo, pero no para visitarnos, sino para quedarse con nosotros, haciéndose uno más entre nosotros, formando parte de nuestra vida y de nuestro entorno.
El Bautista hizo el milagro de convertir a las gentes, de bautizarlos con un bautismo de penitencia, de agua, en el Jordán, presagiando el bautismo en fuego, en el Espíritu Santo de Dios. Y pudo hacerlo porque el Bautista encarnaba en su propia vida lo que pedía a gritos a los demás. Les hablaba a las gentes con crudeza, con claridad, con mucho realismo y cuando no conseguía mover a los hombres, no se detenía en la amenaza de castigos terribles para los morosos ante la salvación. Cristo, aunque se dejó bautizar por el Bautista, teniendo que hacer fila para acercarse a él, no estuvo de acuerdo con la técnica usada por el Bautista para convertir a los hombres a la salvación de Dios.
Cristo no amenazó a nadie, sino que se convirtió en alguien que simplemente amaba y quería la salvación para todos. Y si la salvación ya está aquí, si Cristo ya ha llegado, ¿por qué no salir a su encuentro en cada uno de los que él vino a salvar, a los desprotegidos, los pobres y los que son tratados injustamente? Que este domingo de adviento nos lleve a reflexionar sobre nuestra responsabilidad de bautizados, para proclamar la grandeza y misericordia del Señor.
Nota: el próximo sábado 16 de diciembre, iniciamos a las 5:30 am, la Novena de Navidad en la Parroquia San Calixto, en Timaná Huila, le esperamos.