Para los padres de las generaciones tradicionales, formados en un mundo que se supone real, sensible y en relación con los objetos, observar sus hijos subsumidos en el laberinto de imágenes trasportadas, intangibles, sustraídos de su medio natural por horas interminables, es sufrir el terror de perder esos seres que han de prolongar la propia existencia en las garras de un monstruo atrevido e invisible asomado por el monitor, el computador, el Facebook, el celular, el perverso diablillo llamado internet; verlos con la voluntad controlada como no lo hace el más astuto pedagogo o la madre más consagrada, en una vida paralela, desintegrados y lejanos de sus semejantes, familiares, y de la sociedad, es sentir una turbia amenaza contra aquellos que más protegemos.
Es difícil competir con ese fantástico generador de mensajes e imágenes que envuelve la tierra. Hay que partir de que en la llamada “realidad” hay una sustancia que es virtual, en el sentido perversamente fantasmal que está tomando esta expresión. Amar, jugar, hablar con seres no tangibles, puede ser más fácil que enamorar la vecina. Hay algo en lo profundo de la personalidad que nos traiciona en la actividad digital. Al fin y al cabo, la mejor determinación de la vida subjetiva, es la capacidad para fabricar imágenes. Conocemos fenómenos, no realidades. Las ciencias, las matemáticas, miden aquellos, pero no se interesan en su esencia.
Algo nos avisa que podemos oscurecer el monitor, pero no volar como un ave a la ventana de la vecina. Esa es la mejor intuición de la realidad, de la que el joven quiere escapar: es aquello que no puede ser. Enorme trabajo impedir que las nuevas generaciones naufraguen moralmente en la super-tecnología, que se ahoguen en la angustia por un mundo multiplicado como espejos enfrentados en el que quedaron matriculadas. Si el hombre no mejora a la dimensión cibernética, están en peligro la cultura, la historia, la moral, los valores; la emoción de vivir; los libros que instigan la imaginación con las palabras a la manera del antiguo hombre de Babilonia. ¿La sociedad está preparada? ¿Tendrá que curar alguna esquizofrenia colectiva por la invasión virtual? ¿qué clase de almas poblarán la tierra?
Si no ha sido posible superar la violencia religiosa enquistada en el oriente, el fanatismo, el terrorismo, la corta naturaleza humana; increíble labor les espera a los pedagogos, a los humanistas, a los demeritados filósofos: explicar el papel de sujetos del mundo a la nueva generación; releer la historia, para que el nuevo hombre no se sienta exótico en el complejo mundo que hoy nos sorprende.