Escrito por: David Andrés Sánchez Bogotá – Jefe de Crédito y Cartera Universidad del Rosario
El contexto económico colombiano atraviesa un momento de tensión no visto desde los niveles de la pandemia. Conflictos internacionales de gran impacto, la situación económica de las grandes potencias y los temores por las reformas proyectadas a nivel nacional son las principales preocupaciones en materia de sostenibilidad económica y estabilidad política. Sin embargo, en la coyuntura inmediata, la gestión y desarrollo de planes del Gobierno para mitigar el fenómeno del Niño emerge como una situación de alta prioridad sin que se evidencie un plan de acción asertivo, pues este avanza de manera acelerada y devastadora, ya dejando ver los daños causados en materia de suministro de agua y generación de energía.
De continuar el panorama actual, se proyecta un punto de inflexión en la política de transición energética, dado que el fenómeno del Niño ha evidenciado las falencias y la poca articulación entre las instituciones afines al sector para llevar a cabo planes de acción congruentes con las necesidades estructurales del país. Entre las situaciones agravantes se encuentra la excesiva concentración en la matriz de generación de energía en fuentes hídricas, superando niveles de dependencia del 60% del total de la producción. Complementariamente, se destaca la inoperancia en la ejecución de los planes de diversificación presupuestados para aumentar la generación de energía, proyectos que registran un bajo nivel de avance en su estructuración, siendo la puesta en marcha de la Hidroeléctrica de Ituango uno de los pocos logros al respecto.
En concordancia, las sequías evidentes en varios territorios del país auguran problemas en la generación de energía, al no poder contar con las fuentes hídricas habituales, lo que lleva a recurrir a fuentes complementarias sustentadas en modelos térmicos fósiles. Es incomprensible que, a pesar de la necesidad de utilizar las reservas de gas y petróleo para continuar con la operación normal, se haya mantenido la decisión de no continuar con la exploración y explotación de hidrocarburos, recurriendo, sin embargo, a los recursos naturales de Venezuela.
Por consiguiente, las excesivas concentraciones en la producción de energía en factores de alto riesgo como el gas y petróleo tienen repercusiones en los costos de producción, ya que estarán expuestos al ritmo de lo que suceda en el mundo. Eventos como los conflictos entre Israel e Irán, las limitaciones logísticas en el Mar Rojo para el suministro mundial de gas y petróleo, y la guerra entre Ucrania y Rusia, serán inductores notorios en los precios de la energía, con pronósticos que apuntan a llegar a fin de año a los USD 100 por barril de petróleo.
Cómo en toda crisis, las peor parte de las consecuencias las asumirán los colombianos más vulnerables, pues al no contar al 100% con las fuentes de la matriz energética nacional, y sumado a un contexto internacional volátil se estima un encarecimiento de la prestación del servicio que se trasmitirá vía a precios a los agentes de la economía.