Durante el Frente Nacional hubo persecución a ‘gringos’ en el Alto Magdalena. Los cuerpos de inteligencia del gobierno buscaban drogas ilícitas y monedas falsas. Sin embargo, antiguos pobladores del territorio ejercían la guaquería.
Olmedo Polanco
A duras penas sabían de marihuana. Los agentes asignados al puesto de Policía en San Agustín (Huila), no tenían idea alguna de drogas ilícitas. No obstante, la autoridad vestida de verde olivo, botas negras y carabinas pendulantes sobre sus hombros; ingresaba en las habitaciones de los hoteles buscando sustancias psicoactivas, incluidas morfina y LSD.
La Alcaldía de San Agustín había comisionado al comandante de Policía para que, acompañado por unidades del F2, emplazadas en Pitalito, allanaran los hospedajes aprovechando las facultades conferidas por el artículo 371 del Código de Procedimiento Penal. (Archivo Histórico de San Agustín. Alcaldía municipal. Oficio del 8 de octubre de 1973).
El alcalde Marco Fidel Rojas Torres y el secretario Olimpo Muñoz Sotelo, ordenaron el allanamiento de las habitaciones que servían de hospedaje a turistas, especialmente extranjeros. La orden policiva ‘puso los ojos’ en las residencias de: Policarpo Samboní, Bárbara Damián de Chilito, Hermila Jiménez de Jurado; además del Hotel Ídolos, propiedad de Hernando Córdoba y Santos Damián.
Es más, las autoridades municipales apoyadas por el Servicio de Inteligencia – SIPEC– sospechaba que en la finca ‘Bolivia’, propiedad de Henneth Walter KranHn y Donald Robert Forserberg, escondían armas de fuego y estupefacientes.
La Policía también se ocupaba de buscar cultivos de marihuana y perseguir la falsificación de moneda extranjera. ‘Los tombos’ confiscaban armas cortopunzantes a los turistas extranjeros, especialmente norteamericanos, que las llevaban al cinto como el mítico Tarzán de Hollywood. (Archivo Histórico de San Agustín. Informe sobre posible falsificación de dólares en la vereda Peñas Blancas en la inspección departamental de Obando, enviado por el comandante de Policía a la Alcaldía municipal. San Agustín, septiembre 18 de 1973).
Un oficio originado en la estación de Policía de la ‘Capital arqueológica de Colombia’ informaba sobre la retención de armas blancas. Un machete sin marcas fue confiscado al extranjero Pablo Miguel Forand. El jefe del cuerpo de Policía había advertido que: “Como quiera que ya es de dominio público el consumo de estupefacientes por los gringos, no se ignora que en cualquier momento estos en situación de enajenación mental por causa de los efectos de la droga o hierba puedan herir a cualquiera persona”. (Archivo Histórico de San Agustín. Oficio originado por la estación de Policía. Octubre 15 de 1973).
Contra la pared y manos arriba
David Dellenback (8 de febrero de 1952), me cuenta esta mañana de lunes que “Hoy es un día muy bello de sol” en la vereda Mesitas en San Agustín. Vive justo detrás del Alto de Lavapatas, que hace parte del Parque Arqueológico.
La luz mañanera asoma aún perezosa entre las montañas y atraviesa las botellas empotradas en la pared a manera de vitrales de tonos verdosos. El espacio de la biblioteca está diseñado con trozos de maderas retorcidas de cafetos, naranjos y guayabos. En los estantes reposan centenares de libros sobre arqueología, historia antropología y literatura; las investigaciones están escritas en inglés, francés, alemán y castellano. Un lugar especial ocupa su investigación publicada en 357 páginas bajo el título “The Statues of the Pueblo Escultor. San Agustín and the Macizo Colombiano”, traducido al español en asocio con su compañera Martha Gil, (Bogotá, junio 23 de 1971). La obra literaria incluye un centenar de ilustraciones de la estatuaria prehispánica hechas por Dellenback, quien ha buscado sus rastros en el territorio e incluso en Berlín (Alemania). Contemplar las representaciones del pueblo escultor y buscar respuestas en simbolismo tallado en piedra le mantienen los ánimos.
Truenos y relámpagos sobre la Cordillera Central. Estoy en Quimbaya (Quindío), el territorio que representa en el ‘Poporo’ la identidad más elaborada en la creación de recipientes usados por los indígenas durante el ritual de ‘mambear’ las hojas de coca. El antropólogo Hernán Ordóñez Hurtado, me ha dicho desde Bogotá que el poporo o ‘Sugi’, “Es un recipiente vegetal que se obtiene de un arbusto conocido con el nombre de ‘sugihskalda’. Tiene cuatro componentes: ‘sugi’, el calabazo; sukalda, el madero; nugi, la cal y jañú, hoja de coca.
Martha Gil acompaña a David desde hace 25 años en San Agustín y nos apoya con la mediación técnica. La pareja está en la corona del Macizo Colombiano, justo en el territorio donde emergen las cordilleras Oriental y Central.
A propósito del poporo quimbaya, Dellenback ‘mambea’ coca mientras conversamos a distancia, pero muy cercanos espiritualmente. David empuja dentro de su boca el ‘sukulum’ o palillo que simboliza lo masculino. Previamente, el instrumento ha sido untado de saliva y se impregna de la cal extraída del poporo hecho en calabazo y que simboliza lo femenino. Se muestra abultado el ‘cachete’ izquierdo de este hombre nacido en Oregon (Estados Unidos) y que llegó a San Agustín hace 50 años. La cal obtenida de conchas marinas entra en contacto con las hojas secas y extrae los alcaloides de la planta sagrada.
Una vez Dellenback moja el pensamiento y deposita sin mirar el ‘sukulum’ en el vientre femenino del poporo, asegura: “Yo no escapé al ‘raqueteo’ de la Policía cuando en 1974 llegué a San Agustín”. Se hospedó por primera vez en el Hotel Central, pero le hacía ilusión vivir en el campo. “Eliécer Ordóñez retó a las autoridades locales y ofrecía hospedaje en su finca a los extranjeros. Constantino Ortíz también recibía turistas mochileros”. David dejó a su madre Mary Jane y a su padre John en el estado de Oregon y se aventuró con su amigo René a viajar hacia México y Centro América, inicialmente. “Desde nuestras adolescencias éramos antibelicistas y queríamos dejar muy lejos la Guerra de Vietnam y sus monstruosidades”. Dellenback recalca que “Las fronteras están marcadas con tiza, los rincones del planeta son innumerables y sus pueblos son hermanos”.
Los saberes ancestrales heredados de ‘Conchita’
David recuerda hoy con mayor claridad a ‘Conchita’, entre las mujeres especiales en su vida. “Es una persona que vive y que siempre vivirá en mi corazón”. Dellenback sonríe al recordarla. “Muy esencial en mi vida desde que era nuestra vecina aquí en el campo”. ‘Conchita’ vivía sola y les enseñó a David y René, a su manera, los trasfondos de los simbolismos presentes en la estatuaría dispersa por el territorio y que en algunas fincas servía para trancar puertas. Entretanto, algunos sarcófagos estaban dispuestos como bebederos de vacas y caballos. “Ella nos enseñó a cocinar, a cultivar y a pescar en los ríos”. La mujer murió al poco tiempo de cumplir los 50 años. “Cayó de un árbol mientras cosechaba sus frutos”, dice tristemente Dellenback.
Las juntanzas
David y Martha participan en la veeduría para la repatriación del patrimonio arqueológico del Macizo Colombiano. El colectivo está integrado por mujeres y hombres que conviven en el territorio y se han propuesto acompañar al gobierno nacional en las gestiones que garanticen el retorno, a su contexto geográfico, de las estatuas llevadas a Berlín-Alemania, por el científico alemán Konrad Theodor Preuss. La riqueza arqueológica salió del país y surcó el Mar Atlántico hace más de un siglo, con beneplácito del Estado colombiano.
Ahora les apoya en la causa el gobierno nacional a través del Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH-. (Bogotá, 22 de febrero de 2024. Juan Pablo Ospina H., Coordinador Grupo de Arqueología. Subdirección de Gestión del Patrimonio – ICANH).
Martha Gil, hace una pausa en la guianza a turistas que recorren la Mesita B, en camino hacia la fuente ceremonial de Lavapatas. Me cuenta que “Entre las actividades de trabajo de la veeduría ciudadana están las reuniones o palabreos desarrollados en el Parque Arqueológico con diversos sectores de la comunidad en San Agustín”. El objetivo del trabajo comunitario consiste, según ella, en conversar sobre nuestra relación con el territorio, el patrimonio arqueológico y la repatriación de las estatuas. “¿Cómo puedes reimaginar la arqueología regional?, es la pregunta que más ha interesado a los pobladores”, me anuncia Martha.
La ingenuidad institucional
En la década del 70 del siglo XX, la inteligencia policiva en San Agustín no conocía del contexto local y su riqueza arqueológica. Tampoco sabía de los desarrollos tecnológicos venidos del extranjero. Durante un allanamiento, los agentes asignados a la operación investigativa dieron con el paradero de una cámara fotográfica que días antes había sido robada a la turista norteamericana Debbie Elia. Los hombres de la autoridad creyeron que las bolsas de silicona que servían para proteger la cámara y las lentes de los excesos de humedad, eran “Cuatro papeletas de una droga que tenía la siguiente leyenda: Do not eat” (Archivo Histórico de San Agustín. Acta de allanamiento dirigida por el comandante de la estación de Policía al Alcalde Municipal. San Agustín, octubre 8 de 1973).