El inicio de cada año nos trae a muchas personas preocupaciones sobre el futuro del país y la sociedad mundial, a veces alimentadas por las lecturas de libros o por las informaciones que nos suministran los medios de comunicación. En mi caso, en estas últimas semanas, después de leer el contenido de alguno de los diarios de Francia, ha entrado a formar parte de mi mente los problemas que generan el desarrollo de las ciudades, según los estudiosos de su evolución.
Según ellos, y lo vemos todos los días, el crecimiento de las áreas urbanas en casi todas las ciudades del mundo no se detiene. Esta es una preocupación que a muchos analistas los ha llevado a estudiar esta realidad producto ante todo del crecimiento demográfico y de los desplazamientos, como en Colombia, de campesinos afectados por la inseguridad, circunstancias que conducen a generar inquietudes sobre el futuro que les espera a las nuevas generaciones.
Lo cierto es que las áreas urbanas, como sucede, por ejemplo, en Bogotá, han venido invadiendo no sólo tierras agrícolas y ganaderas, sino también los entornos naturales produciendo grandes cantidades de desechos y gases efecto invernadero-dióxido de carbono, metano y otros gases que absorben y emiten radiaciones infrarrojas que se acumulan en los suelos, las aguas y el aire a un alto ritmo exponencial que desencadena problemas ambientales que afectan su sostenibilidad y cuya solución plantea a las ciudades grandes desafíos técnicos, económicos y políticos. Lo mismo sucede en las ciudades intermedias, pequeñas y en pueblos, en proporción al crecimiento urbano que tengan.
En el caso colombiano el desplazamiento de los campesinos a las ciudades ha tenido como principal causa la inseguridad generada por la violencia política que desde 1948, después del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, como está en el libro ‘La Violencia en Colombia’ (1962), escrito por Monseñor Germán Guzmán, Orlando Fals Borda y Eduardo Umaña Luna, comenzó a azotar a nuestro país y que ochenta años después sigue vigente, violencia que desde la década de los setenta del siglo pasado ha sido alimentada por el cultivo de la coca y el narcotráfico.
La realidad es que el crecimiento urbano de las ciudades y pueblos vulnera las coberturas vegetales, contribuya a la pérdida de las especies afectando biodiversidad y la producción de agua, contamina los ríos y afecta la salud humana. Por eso ahora, no debe ser motivo de orgullo que una ciudad o pueblo crezca urbanísticamente. El crecimiento urbano trae problemas difíciles resolver que muchos no comprenden porque solo piensan en el consumismo que cada día crece en una sociedad y que muy poco se preocupa por las generaciones humanas que vienen. A nuestros descendientes les espera tiempos muy difíciles.
POSDATA: Feliz y exitoso año nuevo para mis lectores.