El placer de echarle mano a la presa

Comer pollo de asadero siempre será un goce. En Neiva me encontré con el restaurante Lord Broaster que además de pollo apanado, también ofrece un delicioso pollo asado.

Uno de los principales manjares de la cocina popular de Colombia es el pollo. Asado o broster, no importa su presentación, ambos tienen la habilidad de satisfacer estómagos y de ser un sabrosísimo protagonista en cualquier comida del día.

La predilección de los colombianos por el pollo es fácil de explicar pues, además de ser una excelente fuente de proteína a un costo accesible, suele encontrarse en menús con ensaladas, papas fritas, yuca, arepas y plátano maduro, entre otros acompañantes que permiten una interesante versatilidad desde el punto de vista del comensal.

En cada barrio, en cada esquina, hay algún restaurante especialista en este rico menú. Entre la amplia oferta que hay en Neiva encontré a Lord Broaster en donde, como dice el dicho, maté dos pájaros, o dos pollos en este caso, de un solo tiro, degustando pollo apanado y también asado. Suculentas preparaciones.

Apanado y asado

Humeante. Así estaba el pollo deliciosamente apanado que me sirvieron en Lord Broaster. Me puse el par de esos guantes desechables que suelen suministrar en este tipo de restaurantes a sus comensales, pero no soy de tanto protocolo así que decidí quitármelos. Con mis dos extremidades libres y bien lavadas le eché mano a la presa. No me importó untarme, quería disfrutar con todos mis sentidos.

Empecé con un provocativo muslo que crujía maravillosamente en mi paladar cada vez que le daba un mordisco. Fue una riquísima sinfonía culinaria que me animaba a seguir probando así tuviera que soplar para no quemarme tanto. Aunque cada quemón valió la pena.

Pero además de la proteína preparada al estilo broster sus acompañantes fueron los ideales. La ensalada agridulce y el dulce plátano maduro contrastaron adecuadamente con el gusto del pollo. Unas crocantes papas a la francesa y la yuca frita le dieron un equilibrio de sabores al servido.

Mientras estaba sentado en el salón veía a lo lejos esa máquina asadora. Imaginaba que era una rueda de Chicago que, en lugar de subir y bajar personas, giraba con una cantidad indeterminada de pollos que se bronceaban lentamente por efecto de las brasas de carbón. El provocativo aroma llegaba hasta mi mesa.

Sin pensarlo más pedí una porción de pollo asado.

Estaba doradito, caliente y deliciosamente adobado con un aderezo especial. Incluso la pechuga, que suele ser una de las piezas más simples de cualquier ave de corral, tenía mucho sabor. El acompañamiento de la papa salada, el plátano maduro y el ají de la casa me recordaron gratamente lo maravillosa que resulta la comida popular del país. Definitivamente, un clásico de clásicos.

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