«Más por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo…» (Marcos 13,24-32).
El evangelio de este domingo nos presenta un lenguaje apocalíptico. San Marcos nos habla de grandes catástrofes. Esto nos permite abordar la cuestión del rumbo y sentido de la historia humana, pero desde la genuina aportación de la apocalíptica, que consiste en una corriente teológica de la tradición judía y cristiana que revela la perspectiva divina sobre la vida, la historia y el destino del hombre y del mundo, desde el reconocimiento de la soberanía de Dios como único Señor, y desde la experiencia dolorosa de la historia humana como una historia de dolor, de sufrimiento, de tribulación y de mal, que el mismo hombre provoca, consiente y mantiene.
La apocalíptica Bíblica requiere, como género literario muy singular, una interpretación adecuada que tenga en cuenta el conjunto de la Sagrada Escritura y el horizonte teológico de salvación y esperanza. Es posible que nos resulten extraños los elementos portentosos de este lenguaje. Vendrán grandes terremotos, epidemias y hambres en distintos países, calamidades espantosas y grandes señales en el cielo. Habrá guerras y noticias de guerras. Este lenguaje catastrófico es propio de la apocalíptica y pretende revelar al hombre, mediante visiones y señales, la verdad última y decisiva de la historia humana desde la perspectiva de Dios. Pero el apocalíptico cristiano no es principalmente un pregonero de desastres históricos, sucedidos o que vayan a suceder, sino más bien el profeta que percibe la historia del mal y de los desastres que ya existen desde la perspectiva de quienes los sufren como víctimas y desde la visión reveladora de un Dios que interviene en la historia a favor de los que sufren e intervendrá definitivamente poniendo punto y final a los desastres de la humanidad.
Y sólo desde el lado de los que sufren, puede revelar un nuevo horizonte que rompe con la marcha del devenir de la historia. También hoy podemos hablar de la catástrofe social de la pobreza y de la miseria, de las injusticias sociales, de las desigualdades económicas, de las opresiones políticas, de la explotación laboral de los emigrantes, la exclusión sistemática de inmigrantes pobres legitimada por leyes injustas de los Estados democráticos. Existe la violencia callejera, terrorista y doméstica. Y también la institucionalizada. Impera la corrupción en las esferas políticas de muchos países. La realidad dolorosa y cotidiana de miles de seres humanos tampoco es lo definitivo, porque es en esas circunstancias donde un apocalíptico, realmente solidario con el dolor, anuncia proféticamente la liberación que traerá el Hijo del Hombre con su venida.
La humanidad no está sometida a un destino fatal, sino que está llamada a una liberación radical. Por eso, sólo desde los que sufren inocente e injustamente, desde los desamparados, desde los excluidos y marginados, desde los enfermos y desheredados, o desde cualquier experiencia de dolor se puede comprender bien la esperanza mesiánica del día del Hijo del Hombre que vendrá con potencia y esplendor sobre las nubes del cielo para reunir a los elegidos, es decir, a su nuevo pueblo. La novedad de Jesús en este discurso es que no habrá señales que evidencien el final, ni siquiera los signos portentosos mencionados serán el anuncio del fin. Jesús advierte contra los engaños de los oportunistas que se aprovechan de todo esto para beneficio propio. Para Jesús lo importante no son las visiones ni las previsiones, sino la salvación. A sus discípulos y a nosotros Jesús nos enseña que, el fin no ha llegado todavía, es más, que no sabemos ni el día de la hora. Por eso nos interpela y nos llama al aguante que no es resignación, como talante propio del cristiano en las tribulaciones. Jesús no promete un futuro halagüeño para los suyos.
A los discípulos no les aguarda el éxito. Al contrario, el destino de sus testigos será como el suyo: como a él le aguardaba la cruz, a sus seguidores les espera la persecución, la traición, el odio y la muerte. Ésta es la época del testimonio y por eso los signos reales de su presencia son las marcas del sufrimiento.
Nota: este Domingo celebramos la Quinta Jornada Mundial de los Pobres.