El pasado domingo Juan el Bautista nos presentó a Jesús como el Mesías, el Ungido de Dios, el que bautiza con Espíritu Santo. Así ha cumplido la misión de preparar el camino del Señor.
Padre Elcías Trujillo Núñez
«Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el profeta Isaías: «País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.» Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: – «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Pasando junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: – «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.» Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron. Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.» (Mateo 4, 12-23)
Hoy concluye la misión Juan el Bautista al ser encarcelado, y comienza la misión de Jesús. Y lo hace curiosamente en tierra de gentiles, gente considerada impura por los judíos, la Galilea de los gentiles. Desde el principio, Jesús deja claro a qué ha venido y qué mensaje nos quiere transmitir. No hay duda de que Jesús anunció la llegada inminente del Reino de Dios, del Proyecto de Dios sobre la humanidad, de los que iban a tener preferencia, los pobres, los rechazados, los excluidos, los oficialmente no religiosos. Pero un Proyecto así no se acepta tan fácilmente porque supone un choque con la mentalidad del mundo. De ahí su llamada a la conversión, al cambio de mentalidad y de actitud. Sin esta conversión del corazón no es posible aceptar y vivir el Reino de Dios.
Sólo desde este deseo de cambio Dios puede entrar en nuestras vidas y llamarnos, como lo hizo con los primeros discípulos, a los que no les exige nada más, ni que sean los más listos ni los más santos, sino que estén dispuestos a responder a la llamada de Jesús, que se dejen transformar por su amor y den un cambio de rumbo a sus vidas. De incultos pescadores hará de ellos nada menos que expertos en humanidad. Para entrar en el Reino de Dios no hacen faltan los títulos ni los méritos humanos, hace falta la humildad, la generosidad, la fe, el amor. Jesús sigue llamando hoy, invita, propone.
Lo hace cada día, en momentos extraordinarios y en los momentos más cotidianos de la vida. Nos llamó un día a la fe, y nos sigue llamando a mantener encendida esa llama de la fe. No nos deja que nos durmamos, que hagamos de nuestra fe un simple cumplimiento evasivo de ritos. Nos quiere despiertos, atentos, dispuestos al SÍ de cada día. Nos llama no porque seamos buenos ni santos, sino porque nos ama y cuenta con nosotros.
Nos llama a pesar de nuestras caídas, de nuestras mediocridades, de nuestros orgullos, de nuestra falta de oración, de nuestro escaso compromiso. Sigue confiando en que nos dejemos transformar y guiar por él. Tiene la osadía humilde de acercarse y pedirnos lo mejor que podamos darle, a pesar de que seguimos guardando tantas cosas que nos resistimos a entregarle, a pesar de que sabemos que todo lo que le demos él lo cambiará por el oro de la auténtica felicidad, la felicidad de darnos a los demás.
No tengamos miedo, dejemos que la llamada del Señor resuene hoy en nuestros corazones. Digámosle que lo seguimos amando y que queremos seguir intentado pasar por el mundo como pasó Él: haciendo el bien, transmitiendo vida, contagiando salud, sembrando esperanza, aliviando sufrimientos, repartiendo el pan de la Palabra y el pan material, compartiendo con los más humildes, acogiendo a los más necesitados.: “Aquí me tienes, Señor, vuélveme a llamar. Ya me conoces, ya sabes de mis debilidades, pero también sabes que te quiero y que quiero seguirte. Confío en ti, ayuda mi poca fe y cuenta conmigo”.