El sistema de salud nos sigue matando

Cafesalud es una catástrofe. Si hace algunos meses realicé una enérgica crítica dirigida a la liquidada Saludcoop esta vez no simplemente realizo una queja pública, sino que además elevo un preocupado grito de alarma para toda la ciudadanía, y para las entidades de control. La gente se está muriendo esperando atención médica, literalmente.
 
Dos casos me dejan totalmente desconcertado: El primero, la inhumana muerte de la señora Rubiela Chivará, quien falleció en la calle, como un animal, esperando a que la EPS Cruz Blanca le autorizara un procedimiento quirúrgico; y el segundo, que sin ser mediático es igual de estremecedor, puesto que el padre de una muy querida amiga, enfermo de Cáncer,  espera desde la semana pasada en una camilla, en el corredor de observación de la Clínica Saludcoop de Neiva, a que se le practiquen exámenes que le permitan aliviar su estado de urgencia.
 
No quiero imaginar qué sintieron los familiares de doña Rubiela, en Bogotá, al ver a su señora madre tendida en un andén, muerta. Como tampoco logro medir el estado de impotencia de mi amiga y su familia al ver que su padre lentamente se desvanece en un frío corredor, mientras que decenas de sombras pasan a su lado sin tener cómo ayudarlo.
 
No puedo igualmente culpar a los médicos y enfermeras de los hospitales o las clínicas. La mayoría son personas que buscan atender al enfermo, pero que en su vital intención siempre se encuentran con la enorme barrera impuesta por el sistema, que no les permite recursos para brindar un mejor servicio.
 
En Colombia la gente muere de enfermedades que, en su mayoría, sí tienen manera de prevenirse o de curarse con el tratamiento adecuado. En Colombia la gente se muere por culpa del sistema de salud, que dejó de ver al paciente como un ser humano y lo convirtió en una simple mercancía; un índice en una tabla; un sujeto explotable para el beneficio económico de unos pocos.
 
Los contribuyentes pagamos sumas muy elevadas para sostener un servicio tan deficiente. Mensualmente se nos obliga a cotizar cantidades considerables por un servicio que no utilizamos, o que al hacerlo nos lleva a límites vergonzosos y humillantes.
 
¿Creen que exagero? Los invito a que se dirijan a las salas de urgencias de la clínica Saludcoop, Medilaser o el propio Hospital. Que se den una pasada por las oficinas de Cafesalud, sobre la calle sexta, para que vean las filas que deben hacer, desde la madrugada, docenas de personas para autorizar un procedimiento, transcribir una formular, o conseguir una cita. Afortunados quienes no hemos tenido que acudir últimamente a estos servicios, puesto que, al menos en Neiva, enfermarse es la peor desgracia que uno puede padecer, no por la enfermedad misma, sino por la despreciable tortura que se ha vuelto el querer conseguir atención médica.
 
La Superintendencia Nacional de Salud se ha vuelto un simple espectador más. Aunque lo quiera, velar por la garantía de tantas y tantas personas que diariamente se quejan es una labor sencillamente imposible. De igual forma, otros medios que antaño suponían una protección a la vida, a la salud y a la dignidad, han pasado a ser simples mecanismos de rutina. Prácticamente para que lo atiendan a uno ahora hay que presentar una tutela, en lugar de un carné.
 
Parece que la vida se ensañara con este país. Debemos soportar un sistema de salud infernal; la maldita sociedad EPS – Corrupción; los virus y las epidemias; la inexistente cultura de la prevención; la indolencia de la gente; los robos disfrazados de cotizaciones y aportes; y finalmente el tiempo, que terminará llevándoselo todo y a todos, si no hacemos algo. 

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