En el interior de la delincuencia juvenil

Las historias de los jóvenes delincuentes de Neiva están inmersas en conflictos familiares, ausencia de proyectos de vida y un desaforado consumo de drogas. Las historias de los jóvenes delincuentes de Neiva están inmersas en conflictos familiares, ausencia de proyectos de vida y un desaforado consumo de drogas. Las políticas sociales para los jóvenes de la ciudad aún no llegan a los sectores subnormales, en donde el hurto y la muerte rondan como amos. GINNA TATIANA PIRAGAUTA G. LA NACIÓN, NEIVA Marcos Andrés* es un delincuente de 16 años. Asiste a un colegio nocturno de Neiva por presión de su mamá. Cursa séptimo grado de educación secundaria. El cree que para entrar al mundo del hampa, solo se necesita tener allí un conocido. “El que se mete contagia a los otros. Se empieza con un celular, con un anillo, con un reloj. Se hace tan seguido que ya después no importa. Es como una cadena sin control. Cuando uno hurta muestra poder, es superior haciendo esas vueltas. Es para lo único para lo que soy bueno”. “Yo busqué un parche donde me sentía bien y me recibieron como soy. Eso no se consigue en la casa ni en el colegio. Por eso me gusta caer a la barra. Casi todos los del parche tenemos problemas con las familias. Cada cual carga una pena.” Marcos delinque con algunos amigos del barrio. Las mamás de los jóvenes arreglan ropas o trabajan por días en algunas casas. “Mi viejo está muy enfermo, hace rato dejo de camellar. El único trabajo que nosotros encontramos es la construcción. Pero hasta para ser albañil están pidiendo bachillerato. Yo creo que no tenemos otra salida. Yo en realidad vivo muy aburrido de la vida.” A la casa de Marcos llega el subsidio de acción social por un sobrino. Cada dos meses la hermana recibe cien mil pesos para el niño. “Con eso ella compra algo de comida y paga un recibo. Yo no creo que eso le sirva mucho al chino para alejarlo de la delincuencia. Aquí no hay programas deportivos ni culturales. Cuando crecemos todos terminamos sentados en la misma esquina”. Miguel, el sicario Miguel* es un sicario de 15 años de edad. La primera vez que mató, lo hizo cuando tenía apenas 10 años. El muerto fue un joven de 20 años que lo molestaba insistentemente. Nadie supo que fue él responsable de ese crimen, solo su grupo de amigos. Después de esa muerte vinieron muchas más. Con sus amigos formaron un pequeño grupo dedicado al hurto. Con ellos pasaba todo su tiempo. Consumían bóxer, perico, bazuco y marihuana. “Cuando se nos acaba la droga pues nos íbamos a robar para conseguir más. En el barrio no hay que hacer.” De los cinco jóvenes delincuentes, él es el único que todavía está vivo. Todos sus amigos fueron asesinados. El hace parte de una banda delincuencial. Se le mide a cualquier trabajo. También le enseña a los novatos. “Yo a veces consumo marihuana con los estudiantes del barrio. Pero ellos son otro parche. Yo aprovecho es cualquier papayaso que me den. Esos chinos son sanos. Las rumbas de nosotros los asustan. Algunos son más arrojados y también meten bóxer.” Fronteras invisibles Para Miguel hay lugares peligrosos en Neiva, por los cuales no puede transitar. Para los jóvenes existen fronteras invisibles que no pueden recorrer por problemas con otros grupos delincuenciales. “Cuando eso pasa ni ellos pueden venir aquí, ni nosotros podemos pasar por allá. Los enemigos están por toda la ciudad. Hasta en los barrios de los ricos hay chinos torcidos. Lo que pasa es que ellos trabajan de otra forma.” Miguel aseguró que los lugares donde más problemas hay entre bandas, son los barrios del suroriente de la ciudad, lo que se conoce como el Filo. “En el Gaitán hay parches parados y en la Comuna Diez, de Las Palmas para abajo. También en el norte de Neiva, lo que es Galindo, Camilo Torres y el Caracolí.” Antonio, el experto Antonio* tiene 24 años de edad y lleva 10 años en la delincuencia. Vive en un barrio periférico en el oriente de Neiva. Se inició en el mundo de las drogas cuando era un adolescente. No pudo controlarlo y pronto empezó a robar para consumir. Su familia desesperada, lo hizo enlistar en el ejército. “Regresé peor. Allá la presión era más grande, la ley del más vivo. Robaba todo el tiempo, en las requisas o entre nosotros mismos. Allá en probé el bazuco, lo que nunca hice en la calle”. Antonio conoció el narcotráfico en el ejército. “La primera vez fue en el levantamiento de un laboratorio. Empezaron a hacer la fiscalización y el comandante preguntó cuántas guadañas encontramos. Eran cinco. Él solo reportó tres. Lo mismo pasó con la coca. El resto lo cogió él y las migajas no las repartimos nosotros.” Sin embargo, su especialidad son las armas. “Lo que mejor aprendí fue a disparar. Me fue bien como francotirador y asimilé muy rápido como se hacían las vueltas en la calle. Pedí la baja porque me pagaban mejor por aquí. Trabajo como sicario y entrenó chinos. Me va bien pero no veo la plata, la farreo toda” Futbol y muerte Felipe* tiene 17 años y vive en el oriente de Neiva, en un asentamiento. Hace parte de la barra Alta Tensión Sur, que apoya al Atlético Huila. El joven hurta frecuentemente en las calles de Neiva y su único proyecto de vida está direccionado al grupo social al que pertenece. “La barra está conformada por varios parches. En la Comuna Diez está el Bloque Palmas. Los  parches más grandes y más parados están en el Filo, que son todos los hinchas de Surorientales. En el de Camilo Torres están los hinchas de Cándido y Santa Inés.” Los problemas entre barras, han generado heridos y muertos durante varios años. “Los inconvenientes son con los del América de Cali. Ellos viven en el Gaitán y en el Obrero, pertenecen a la barra Barón Sur Rojo. También con los hinchas del Atlético Nacional. Ahí los parches están en el Siete de Agosto y as Colinas.” “A los del Nacional les han matado varios chinos. Pero eso no fue por problemas entre barras, sino entre liebres (enemigos). El pasado año nuevo mataron al ‘nene’, pero esa fue una muerte muy fea. Lo mismo le pasó al Caleño. El chino era muy ladrón y lo encontraron torturado. Esos fueron los rayas. Al Peluso lo mataron unas cuadras antes de la casa, de un tiro en la cabeza.” Historias de vida y muerte “Crecí en este barrio, pero aquí los pelados no tienen una opción de  futuro. Todos hicimos la primaria y  algunos el bachillerato. Yo soy el único que entré a la universidad. He visto a mis amigos volverse indigentes. He estado en el entierro de muchos. A veces creo que la sociedad solo tiene como opción para los jóvenes de los barrios periféricos, la calle o el cementerio”. Andrés Silva vive con su familia en un barrio subnormal de Neiva. Se crió con los jóvenes delincuentes. Su familia conoce de su consumo de marihuana, pero lo tolera. La razón es que su proyecto de vida está totalmente enfocado a la educación de niños y jóvenes. “El modelo educativo está totalmente alejado de la realidad del barrio. A los muchachos no les llama la atención en lo más mínimo ir al colegio y al colegio no les interesa lo que pasa en sus vidas. Hay un total distanciamiento.” Para el joven universitario, el problema se agudiza porque las ofertas laborales no llegan a los asentamientos. “Nos dicen que estamos en la locomotora del progreso y que las empresas van a invertir. Yo no veo que eso se traduzca en algo concreto. Aquí por lo menos eso no llega.” Vida y muerte Andrés cree que la situación más delicada para los jóvenes del barrio es la descomposición social. La razón, es que la vida de los jóvenes en las calles está determinada por el que es más fuerte. Las riñas se generan por el más mínimo detalle. “Porque uno le echó menos pegante que al otro en la bolsa, o porque le robaron un celular y el otro cogió más dinero cuando lo vendieron. ¿Qué valor tiene para ellos la vida cuando a toda hora están expuestos a un balazo en una vuelta, a que un enemigo los maté en la calle en el menor descuido?” Para Andrés, en el mundo de la delincuencia todo tiene un valor monetario, que desdibuja cualquier apego a valores o ética. “No hay afecto en los hogares pero pueden obtener cualquier tipo de armas. Una granada cuesta $50.000, un hechizo $30.000 y las latas o cuchillos los consiguen en cualquier lado”. La mayoría de las familias de los jóvenes delincuentes, tienen problemas estructurales. En casi todas las casas, las que soportan los hogares son madres cabezas de hogar. Las mujeres trabajan todo el día y los niños son criados en las calles. “Algunas mamás también son adictas. Las autoridades solo reprimen. Esos pelados no tienen una guía, una orientación en sus vidas.” Foto 1 Los jóvenes delincuentes se encuentran inmersos en conflictos familiares y consumo de drogas. Fotos archivo. Foto 2 La aceptación social y la ausencia de proyectos de vida, son los insumos de las bandas delincuenciales juveniles. Foto 3 En diversos sectores de la ciudad existen fronteras invisibles por los problemas entre bandas de jóvenes. Foto 4 “A veces creo que la sociedad solo tiene como opción para los jóvenes de los barrios periféricos, la calle o el cementerio.”

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