«En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: – «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. -Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.» (Mateo 28, 16-20).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, dogma, que proclama la unidad en el amor de las tres personas distintas que son un solo Dios, vivo y verdadero: el Padre, el Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. Dios es amor, comunión íntima y comunicación viva de personas en la Trinidad. Ese amor es el Padre que se ha manifestado en Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu para llevarnos hasta la verdad plena y hacernos partícipes de su gloria. Este Espíritu no tiene fronteras ni ideológicas ni nacionales, sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje para seguir comunicando y enseñando lo que Jesús ha revelado.
Jesús Resucitado se aparece a los once discípulos en una montaña de Galilea. Todos los elementos resaltan la aparición del Resucitado como una Cristofanía. Con el esquema de presentación de las teofanías, o manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento en los relatos de vocación-misión, el evangelista Mateo compone una escena de exaltación del Resucitado, que se revela abiertamente como Dios a los Once Discípulos para encomendarles la misión definitiva y universal. El evangelio de Mateo había empezado los discursos de Jesús sobre una montaña, con el Sermón de la Montaña, proclamando la soberanía del Reino de Dios como anuncio de dicha y de alegría para los pobres, para los indigentes y para los discípulos. Ahora, aún en medio de las dudas para creer, los discípulos adoran a su Señor, reconociendo así la divinidad de Jesús.
Jesús tiene la iniciativa en la actividad misionera y evangelizadora y por eso se dirige a ellos con un triple mensaje que consiste en la revelación de su identidad, en el encargo misionero y en la promesa de su presencia continua. El encargo misional de Jesús consta sólo de un imperativo: “hagan discípulos a todos los pueblos”. discípulos consiste en dar a conocer a Jesús para hacer que otros lo sigan. Esto Hacer exige un nuevo estilo de vida propuesto por Jesús, estar dispuestos a seguirlo hasta la cruz con todas sus consecuencias. Los otros verbos del encargo están subordinados al de “hacer discípulos”, pues para esto es preciso ir, bautizar y enseñar. La comunidad cristiana no puede quedarse estática contemplando al Resucitado, sino que debe ponerse en marcha.
Finalmente, una palabra que suscita la esperanza, la alegría y el consuelo: La promesa de una presencia continua del Resucitado a lo largo de la historia. El Dios con nosotros, el Emmanuel.
Nosotros podemos vivir el amor trinitario cuando comprendamos que Dios Padre está dentro de cada uno de nosotros, por medio de su Hijo Jesús, y que su Espíritu nos da fuerza para hacer lo que el mismo Jesús hizo: entregarse a los demás. Cuando vivimos la unión con otros la fuerza de Dios se nos activa y la entrega a los demás se hace más posible porque la comunidad -manifestación trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige. Por eso la Iglesia es la expresión de la Trinidad, no sentimos hermanos y nos apoyamos mutuamente.