No es nada bueno el momento que está viviendo el país en diversas zonas agitadas por los movimientos de miles de campesinos que reclaman un sinnúmero de mejoras, compensaciones, bonificaciones, cambio de planes y proyectos y, sobre todo, unas condiciones más adecuadas tanto para sus labores agrícolas como para el modus vivendi de sus familias. Y por supuesto que es muy complicado el panorama para el Gobierno Nacional, ya calibrado y medido tanto política como socialmente en el pasado paro nacional, del que el Huila fue protagonista de primer orden con los cafeteros, lo cual justamente derivó en nuevas preocupaciones y deseos de otros sectores del campo, tan ávidos como necesitados de iguales o mejores soluciones a sus problemas.
Lo que está ocurriendo desde el lunes en las carreteras, con epicentro en las del centro del país, es síntoma de muchas cosas tan presentes como pasadas y crónicas del fuerte desbalance entre la ciudad y el campo. Colombia, un país mayoritariamente agrario y campesino a lo largo de su corta historia republicana – apenas en las recientes décadas tiene una proporción más alta de habitantes urbanos que rurales – lo cual sin embargo no ha hecho que ese Estado apenas en formación llegue con muchos más tractores, azadones, insumos y créditos a las veredas; lo que han visto los campesinos, en diversas ocasiones, ha sido un Estado con más fusiles y camiones llenos de soldados que semillas para sembrar la tierra o carros para mover sus productos hacia los mercados.
Y he aquí hoy el resultado palpable de esa indolencia nacional hacia los seres con las manos más callosas, los vestidos más raídos, las caras más quemadas por el sol, los zapatos más embarrados y, sobre todo, los precios más irrisorios para el fruto de sus pocas tierras. La Colombia campesina que se levanta hoy, en muchos casos enfurecida, es la que apenas miramos de reojo y con aire exótico en las plazas de mercado; a la que le pagamos una miseria por semanas y meses de labor cultivando un racimo de plátanos, un bulto de yuca o unas arrobas de café; esa Colombia agraria es la que, sobre todo, ha llevado “del bulto” en la violencia nacional que nos azota desde hace seis décadas, la que ha puesto más muertos y “carne de cañón” en todos los bandos y la que, apenas balbuceando porque poco o ningún espacio de discusión le hemos dado, ha preferido seguir con la espalda agachada hacia el surco que con el azadón alzado en son de protesta.
Y ahora los tenemos ahí, en las goteras de la gran capital, reclamando lo que nunca – esta sociedad y este Estado – les hemos dado ni otorgado en justicia.
… “esa Colombia agraria es la que, sobre todo, ha llevado “del bulto” en la violencia nacional que nos azota…”
Editorialito
La reaparición de extensos cultivos de marihuana en el Corredor Biológico es un síntoma de alarma. La apertura de una vía sin autorización y la presencia de cultivadores foráneos demuestran la presencia del fenómeno que debe controlarse antes que tomen vuelo.