“La muerte es siempre un enigma y su presencia conlleva una gran solemnidad.” Para quienes logran ver con claridad, sin mayor dramatismo, este paso trascendental de la existencia Por: Yezid Morales Ramírez Especial, La Nación “La muerte es siempre un enigma y su presencia conlleva una gran solemnidad.” Para quienes logran ver con claridad, sin mayor dramatismo, este paso trascendental de la existencia, entre ellos los practicantes de la religión-filosofía budista, la muerte es sólo una ilusión. Otros afirman, con la anuencia de la fe cristiana, es una puerta que se abre, un espacio que nos espera lleno de promesas, de dicha y paz espiritual: el reino de los cielos. En su proceso vital, asistido por la lucidez de su mente cultivada, Antonio Iriarte, consintió éstos y tal vez otros indicios en su constante búsqueda por hallar explicación aceptable y, en lo posible coherente, con el hecho que representa enfrentarse con el más allá. Al conocer el texto ofrecido por él como testimonio para su familia y sus amigos, constancia de la ardua inquisición que le propició la enfermedad, mensajera de la muerte, es plausible que la hondura de tales consideraciones a la que llegó, se apoyara en la filosofía de Confucio, en la hermosa doctrina de Budha, el Iluminado. No de otra manera se explica el valor, la serenidad, el estoicismo demostrados por él en los avatares de su padecimiento físico y espiritual. Al sabernos impermanentes, en la profunda conciencia de serlo, no de labios para afuera, podemos constatar que nuestro paso por este valle de lágrimas, sonrisas, acciones y omisiones, no va a ser eterno. Tal postura nos apoya y fortalece en la necesidad del desapego, tal vez la actitud más difícil de llevar a la práctica, ante la fuerza del afecto familiar, de los amigos, la intensidad del cariño que nos une a la pareja y el contacto con esos seres amados sobre todas las cosas: los hijos. Al adoptar un estado mental sin el rigor del ascetismo, ni el abandono a la licencia de los sentidos, sino buscando el estado de meditación, dicha situación nos aleja del sentimiento de culpa. De tal manera logramos comprender que el yo no existe, y ello nos conduce a pensar y sentir que el yo no debe ser feliz ni desdichado. Por lo anterior, se deduce que Antonio logró aproximar su mente y su alma a tales espacios de paz y tolerancia, para con su dolencia física, y de manera semejante, con el abismo insondable de separación que conlleva el acto de morir, visto con otros ojos, con otro espíritu. Por definición sabemos que el Nirvana es extinción, apagamiento. Para otros no es tal, es un estado que perdura, como una llama que al apagarse no se extingue. Puede significar que seguimos de otro modo, de un modo un poco inconcebible para nosotros. Qué buen ejemplo para todos quienes buscan acercarse a estos temas de trascendencia indiscutible: unos en la compañía de la fe, otros desde el umbral del escepticismo y aún para los radicales y pragmáticos, los oficiantes de ningún credo. Consideramos que ser asertivos en el pensar y el actuar en la vida es tan importante, como entender y aceptar el más difícil, el menos esperado y el más seguro de todos: el encuentro con la inexorable realidad de la impermanencia.