El gobierno de Israel aprobó la proposición de un cese al fuego con el Líbano, cosa que no incluye a Gaza, por supuesto. Eso sí, quiero mencionar que, si el Líbano no cumple con los requerimientos de la negociación, Israel tiene derecho a su defensa.
Israel atacó a Gaza e ingresó al Líbano respaldado por su derecho a la defensa, es decir, Israel ha asesinado miles en nombre de la defensa propia.
Como colombiana cada vez que escucho el término “autodefensa”, recuerdo los tiempos en los que hablábamos de los paras. En ese entonces se decía que el gobierno no tenía la capacidad de proteger a la población civil y que la guerrilla era demasiado fuerte, por tanto, nació un sistema de seguridad privado en nombre de la defensa. Así que mi pregunta es, conociendo nuestra historia y todo lo que ocurrió -y sigue ocurriendo-, ¿Hasta qué punto debe llegar el derecho a la defensa propia?
Es cierto, no podemos quedarnos quietos ante un ataque, pues por sobrevivencia no podemos permitir que ocurra, así signifique atacando de regreso.
Pero ¿en qué momento la defensa se convierte en un acto de venganza sistematizado que busca acabar con cualquier forma de vida que nos parezca amenaza?
Si nos sentamos a ver, posiblemente encontraremos que de defensa en defensa terminamos consolidando guerras absurdas y, que, la violencia solo conduce a más violencia.
Entonces, ¿cómo reaccionar a actos violentos -activos o pasivos- que atenten contra nuestro bienestar y/o nuestra vida? Esa es la pregunta que los seres humanos deberíamos estarnos haciendo ahora mismo, pues la forma en la que lo hemos desarrollado ha generado un entorno de muerte y violencia sistematizada.
La pregunta cobija mucho más que las políticas públicas; cobija la base, pues nuestras relaciones personales, la forma en la que nos vinculamos los unos con los otros y la manera en que educamos en los colegios y a nuestros hijos, es la raíz de nuestra sociedad.
No puedo darle la respuesta exacta, pero sé que significa una forma de vida desconocida. Una que implica darnos el permiso de preguntar, escuchar, acompañar y, sobre todas las cosas, comprender nuestra humanidad más allá de encarcelarla a través de leyes estandarizadas que no funcionan.