Entre paros y trinos. Por Miguel Ángel Tovar

La escritora Hannah Aren orientó sus ensayos a  profundizar sobre los orígenes del totalitarismo y los estragos que generan en las mentes de los ciudadanos la intimidación y el miedo desarrollado por quienes  ejercen dominación y poder a partir de las armas, de los crímenes, la violencia y las masacres. El pánico puede desencadenar carruseles de venganza y resentimiento, invocados para ejercer la justicia privada como las célebres campañas de limpieza social, las redadas lista en mano para desaparecer sospechosos o los asesinatos selectivos. Casi tres décadas de confrontación entre guerrillas, paramilitares y narcotráfico vinculados con ganaderos, terratenientes, militares, empresarios y políticos fueron generando en localidades y regiones profundos cambios en los esquemas mentales de los pobladores. Sus imaginarios colectivos que mitificaban con canciones y panfletos a los “nuevos héroes”, fueron produciendo lenta pero progresivamente unas relaciones de sumisión sujetas al imperio de la fuerza y la justicia privada. La infiltración a instituciones como el DAS, policía o fiscalía desinstitucionalizaron al Estado. Acabar con los partidos después fue mucho màs fácil. Constriñeron al electorado ganando elecciones primero en alcaldías y gobernaciones para luego preparar el asalto final al Estado Central. De manera sutil penetraron reinados, clubes deportivos, iglesias, artistas, comercio, empresas y todo tipo de negocios en las diferentes esferas de la vida social reconfigurando así nuevas ideas fuerza en los cerebros. Los sistemas morales y éticos se sustituyeron por ideas reordenadoras: la avivatada, el todo vale, el atajo, el cvy, el ventajismo, “el pendejo si no aprovecha”, el testaferrato, el coma callao, el lavado, el enriquecimiento fácil produciendo un ambiente propicio para que la cultura del miedo y la intimidación se encumbraran como soportes del nuevo paradigma de la dominación, que desconfía de las fuerzas de protección que ofrecen las autoridades legítimas. Del paro armado decretado por las guerrillas hace unos años se pasó al paro armado de los “urabeños”. El común de la gente de capitales como Santa Marta, Montería, Sincelejo, y en municipios de seis departamentos como Antioquia, Chocò, Sucre, Córdoba, Magdalena, ante la orden del presidente Santos de No acatar la orden de paro y la de los “urabeños” de: “No queremos gente andando y haciendo labores” obedeció ésta última. Pobre Santos entre urabeños, uribistas y guerrilla.

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