No voy a repetir que la paz es casi un imposible, ni que hayan fracasado todos los intentos de negociar con las Farc, ni que los colombianos vamos ahora a creer ingenuamente que la paz esté al alcance de la mano. En cambio sí diré que nunca antes había sido tan factible que las partes lleguen por fin a una salida negociada. No voy a repetir que la paz es casi un imposible, ni que hayan fracasado todos los intentos de negociar con las Farc, ni que los colombianos vamos ahora a creer ingenuamente que la paz esté al alcance de la mano. En cambio sí diré que nunca antes había sido tan factible que las partes lleguen por fin a una salida negociada. La razón fundamental es que las Farc han sido tan duramente golpeadas, que se están inclinando a negociar. Diez años de ofensiva militar a toda marcha, la caída de tantos de sus jefes, y la aplastante ventaja tecnológica que hoy le lleva el Estado a una guerrilla, inclinaron definitivamente el balance de fuerzas en sui contra. Y en el plano político, las Farc sufrieron el repudio visceral de la opinión (que fue el motivo para elegir y reelegir a Uribe) la rebelión de sus bases sociales (como decir los indígenas del Cauca) y la pérdida de los “canjeables”, que eran su principal instrumento de presión. Visto en perspectiva histórica, esa fue la tarea de la Seguridad Democrática y la antesala natural para pactar la paz: si el enemigo quiere negociar porque se siente debilitado ¡bienvenida sea la paz! Es la actitud que uno esperaría del ex presidente Uribe, que en sana lógica debió ser el primero en celebrar el anuncio de su sucesor, puesto que está concluyendo la labor que él comenzó. Pero en fin… Las Farc, en todo caso, venían dando muestras inequívocas de que se están inclinando a negociar. Primera, la admisión por parte de Timochenko de que su objetivo ya no es la conquista del poder: si la revolución ya no es posible, lo único que queda es negociar. Segunda y en consecuencia, el cambio de la agenda enciclopédica (la “revolución por contrato” que se había adoptado en el Caguán), por la de “hallar una salida civilizada a los problemas que originan el conflicto”. Tercera, la derogatoria unilateral de su famosa ley de secuestro, que era la gran exigencia del gobierno y del país. Cuarta, la entrega de todos los militares y policías en su poder. Y quinta, la propuesta de “regularizar” el conflicto, que abriría la puerta al Derecho Internacional Humanitario. El anuncio escueto del presidente Santos avanzó varios pasos en esa dirección. Primero y más importante, lo que no dijo: no puso como condición el “cese del secuestro, el terrorismo y el narcotráfico”, menos aún el “cese de hostilidades”: si las Farc dejan de delinquir o de disparar dejan de existir, y por eso no podían aceptar semejante condición. Segundo: el proceso es para ponerle fin al conflicto armado – no para el canje de prisioneros, ni para ganar tiempo (como en el Caguán). Tercero: no habrá zona desmilitarizada es decir, ni el Caguán ni Ralito, sino la fórmula civilizada y universal de dialogar discretamente en algún país lejano. En el monte se cree que la cosa va en serio: por eso la adhesión del Eln. En Palacio se cree que la cosa va en serio: por eso el nombramiento de Garzón. Por todo eso me atrevo a pensar que esta vez, podría ser. www.razonpublica.com