La masacre del jueves parecía una más de las 355 matanzas que han plagado a Estados Unidos en 2015. Pero cuando se supo que los autores habían declarado su adhesión a Estado Islámico, el asunto adquirió su verdadera y aterradora dimensión.
Syed Farook y su esposa Tashfeen Malik llegaron el miércoles a mediodía al Centro Regional de Inland (IRC) en San Bernardino, un suburbio de Los Ángeles. Iban en una camioneta negra vestidos con ropa militar y armados con dos rifles de asalto calibre 223, dos pistolas 9 milímetros, más de 1.600 cartuchos y tres bombas caseras. En menos de cinco minutos, acabaron con la vida de 14 personas y dejaron heridas a otras 21, algunas de gravedad. Tres horas después, la Policía los abatió tras una persecución en la que dos agentes resultaron heridos.
Al principio, todas las pistas apuntaban a que se trataba de una venganza laboral, (workplace rage) como las que suelen suceder en Estados Unidos, pues desde hace varios años Farook trabajaba en el IRC, y el día de la matanza tuvo un altercado con un colega. Según los testigos, había abandonado “furioso” la reunión antes de regresar con su esposa. Pero muy pronto las características de la masacre hicieron sospechar que se trataba de un ataque sin precedentes.
Desde el principio, el calibre de las armas utilizadas y el nivel de coordinación con el que actuó la pareja pusieron en entredicho la hipótesis de que se trataba únicamente de una disputa en el trabajo. Como dijo el jueves en una rueda de prensa el jefe de Policía de San Bernardino, Jarrod Burguan, “nadie se pone furioso en una fiesta de trabajo y reacciona con algo tan elaborado”. Estaba en lo cierto. Tras requisar la vivienda alquilada de los asesinos, la Policía encontró otros 12 artefactos explosivos y más 4.500 balas, lo que le dio alas a la idea de que la pareja tenía en mente ejecutar un ataque. En el mismo lugar, los agentes también encontraron teléfonos y memorias de computador hechos pedazos, probablemente con la intención de impedir acceder a su contenido.
Y el viernes, la cadena CNN confirmó los peores temores de las autoridades. Pocos antes de emprender la matanza, Malik le juró lealtad al líder de Estado Islámico (EI), Abu Bakr al-Baghdadi, a través de una cuenta de Facebook abierta con un alias. Hasta entonces, la atención se había concentrado en su esposo Farook, un estadounidense de 28 años de origen pakistaní que había trabajado durante cinco años para el IRC y a quien –previsiblemente– sus vecinos y familiares definían como una persona normal y amable, aunque también como un musulmán muy religioso. Tras el ataque, el FBI reveló que él había estado en contacto con individuos investigados por terrorismo.
A su vez, las autoridades informaron que Farook había estado durante varias semanas en Arabia Saudita en 2013 haciendo el hajj, el peregrinaje que los musulmanes deben realizar a La Meca por lo menos una vez en su vida. Allí se encontró con Malik, una pakistaní de 27 años a quien meses atrás había contactado mediante una página de citas de internet. Ambos regresaron a Estados Unidos en 2014, donde en apariencia estaban cumpliendo el ‘sueño americano’: vivían en una casa en un suburbio de una gran ciudad, tenían una hija de 6 meses y él contaba con un trabajo satisfactorio en una agencia estatal. Ninguno de los dos estaba en el radar de ninguna agencia de seguridad, por lo que su radicalización islamista –además de sorpresiva– resulta particularmente alarmante. La razón es que ocurrió sin presentar los síntomas clásicos de esos procesos, tras una fachada de absoluta normalidad. A finales de la semana, el FBI reconoció incluso que “no tenía indicios” siquiera de que la pareja pertenecía a una célula terrorista.
Sin embargo, a la luz de los acontecimientos es claro que Farook y Malik siguieron muy de cerca las indicaciones de EI. Desde sus principios de la década pasada, ese grupo –que hoy domina un territorio similar al de Reino Unido entre Siria e Irak– ha utilizado internet para inspirar a sus seguidores y simpatizantes en todo el mundo. Y aunque sus tácticas le han permitido engrosar su ejército con miles de jóvenes occidentales musulmanes desencantados, últimamente su estrategia se ha centrado en entrenar a distancia a lobos solitarios para que causen terror en sus propios países. Así sucedió en Australia y Canadá a finales de 2014, y en París durante las masacres del semanario Charlie Hebdo en enero y del teatro Bataclan y otros sitios de la ciudad en noviembre.
A su vez, la matanza de San Bernardino confirma que EI ha sabido aprovechar las debilidades de cada país para llevar cabo sus ataques. Así lo hizo hace un mes en Europa, cuando puso a su favor las debilidades de las fuerzas de seguridad belgas y de la libre circulación de personas en el espacio Schengen para organizar los ocho ataques simultáneos en París. Y esta semana hizo otro tanto en Estados Unidos, donde Farook y Malik aprovecharon las facilidades que hay en ese país para comprar armas para acumular –con toda legalidad– un arsenal digno de un batallón.
De hecho, tan solo en noviembre se registraron 33 masacres en diferentes estados norteamericanos, que dejaron 54 personas muertas y 112 heridas. Y el balance global es aún más aterrador, pues cada año mueren más de 33.000 estadounidenses por armas de fuego. Pero a pesar de las múltiples iniciativas para limitar su venta, lo cierto es que en ese país sigue siendo muy fácil adquirir no solo revólveres y municiones, sino también fusiles de gran calibre, como los que usaron Farook y Malik en San Bernardino. Lo más grave es que incluso si las autoridades los hubieran identificado como sospechosos, eso no les habría impedido realizar sus compras, pues incluso quienes se encuentran en la lista de personas que no pueden viajar en avión porque se sospecha que son terroristas pueden adquirir material bélico.
Aunque la masacre que cometieron el miércoles Farook y Malik es la más mortífera desde que un joven con pasamontañas mató a 26 niños y adultos en la Escuela Primaria de Sandy Hook en 2012, la de San Bernardino es especial porque la inspiró el grupo más sanguinario de la actualidad, que a diferencia de Al Qaeda en 2001 no tuvo necesidad de entrenar ni de financiar a sus esbirros, sino simplemente de adoctrinarlos y de suministrarles en sitios accesibles desde cualquier computador la información necesaria para fabricar bombas y moverse en un escenario de guerra.
El ataque sucedió además en la semana en que la lucha contra EI está arreciando en Oriente Medio. El lunes, el secretario de Defensa, Ashton Carter, declaró por primera vez que su país se encuentra en guerra con EI y que el Pentágono anunció que habría tropas combatiéndolo en el terreno. El miércoles, el Parlamento británico aprobó extender a Siria los bombardeos que desde 2014 ha realizado en Irak. Y el viernes, el Bundestag (la Cámara Baja alemana) le dio luz verde a nuevas acciones de su Ejército contra ese grupo terrorista.
Y lo más preocupante es que los dos hechos probablemente están vinculados, y es esperable que a medida que aumenten los bombardeos contra EI en Siria e Irak, más arrecien los ataques en Europa, Estados Unidos y otros países infieles. De ser eso cierto, los designios del califa Abu Bakr al Bagdadi se estarían cumpliendo al pie de la letra y la guerra santa apocalíptica, que Estado Islámico considera su deber doctrinario, estaría apenas comenzando.