“Se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dicen: “Maestro, queremos nos concedas lo que te pedimos.” Él les dijo: “Qué queréis que os conceda?” Ellos le respondieron: “Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda.” Jesús les dijo: “No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber, o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?” Ellos le dijeron: “Sí, podemos.” Jesús les dijo: “La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes están preparados”. (Marcos 10,35-45).
¡Cómo nos tienta la gloria, el poder, el reconocimiento!, que me valoren por mis capacidades, por mi trabajo, por mi carácter, incluso por mi servicio al prójimo. Santiago y Juan no sabían lo que pedían, pero nosotros, más de 2000 años después y conociendo el pago a Jesús por sus servicios y su postura de entrega, seguimos sin entender lo que supone “estar a su derecha” en gloria y poder; como el buen ladrón.
Es difícil escapar a la tan humana satisfacción del reconocimiento; quizá nuestro pobre equilibrio psicológico necesita de vez en cuando recargar las pilas de la autoestima para mantenernos en medio de la vorágine emocional de la vida.
Pero desde nuestro ser cristiano hay algo más. “El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos” Servir y ser esclavo conlleva sufrimiento y sinsabores. Nuestro “servir” debe ser constante y continuo, en el día a día, en la familia, el trabajo, el descanso… Jesús no era “el Señor” a tiempo parcial, sino que vivía cotidianamente su entrega a todos y en todo momento.
He aquí la dificultad y la cruz. Es más, o menos sencillo acallar nuestra conciencia cristiana con una pequeña dedicación a quehaceres piadosos que nos hacen sentir “ganado” el derecho a estar a su lado en el trono de la gloria. ¿No es acaso eso lo dice él: ¿el que sea el último, el servidor de todo, será el primero? No nos engañemos, ¿estamos preparados para “beber su cáliz” y “bautizarnos con su mismo bautismo”? Todo esto implica insatisfacción, incomprensión, soledad, silencio, tristeza, angustia, dolor, sufrimiento y cruz. “Santiago y Juan hablan en clave de poder; Jesús, en clave de Gólgota, donde a la derecha y a la izquierda de Jesús habrá definitivamente dos personas designadas por Pilato”.
Todo aquel que sirve y se entrega con alegría y desde el amor en Cristo Jesús sabe de la cruz que conlleva personalmente este servicio; que se lo pregunten a los misioneros de lugares apartados como la Hermana Franciscana de María Inmaculada, Gloria Cecilia Narváez, recientemente liberada en Mali (África), a los encargados de la salud en tiempo de pandemia, a los docentes, a los que trabajan por una persona con discapacidad, a los padres y madres del mundo que luchan por sus hijos, y tantas y tantas personas anónimas que entregan su vida a servir. Otro tema, y no menos importante, es la osadía (o más bien ignorancia) de pensar que por nuestros méritos podemos “ganarnos algo”. Jesús les dice a Juan y Santiago que sentarse a su lado no es algo que “me toca a mí concederlo”. Sólo el Amor con mayúsculas es quien nos eleva a esa gloria de su presencia por los méritos de su Hijo, y por su gran misericordia. Nuestros actos jamás serán ocasión de mérito sino fruto del amor de Dios en nosotros. “Ama y haz lo que quieras” como decía San Agustín. Pues el auténtico amor nos lleva al servicio sin condiciones. Pidamos el don del amor con todas nuestras fuerzas y dejemos obrar al Señor en nosotros.