Las pequeñas lesiones cerebrales son mucho más comunes en los pilotos de la fuerza aérea estadounidense que vuelan a altas altitudes que en personas que no son pilotos, según una investigación.
Los hallazgos publicados en la revista Neurology describen un análisis de 102 pilotos que vuelan en aviones U-2 de espionaje a altitudes de 21.000 metros.
Los pilotos, de entre 26 a 50 años, tenían casi cuatro veces el volumen y tres veces el número de lesiones cerebrales que aquellos que no eran pilotos, según afirmó el estudio.
Las lesiones fueron identificadas tanto si los pilotos habían afirmado padecer el síndrome de descompresión como si no.
Las personas que no eran pilotos presentaban también algunas lesiones, pero eran las normales asociadas con el envejecimiento. Y estas se situaban principalmente en la sustancia blanca frontal, mientras que las lesiones de los pilotos de gran altitud estaban distribuidas de manera uniforme en el cerebro.
Por el momento se desconoce el impacto de estas lesiones.
"Los pilotos que vuelan regularmente más allá de los 6.000 metros tienen un mayor riesgo de sufrir descompresión, cuando la presión atmosférica cae a niveles inferiores de los del cuerpo, lo que supone la formación de burbujas", explica el autor del estudio Stephen McGuire de la Universidad de Texas en San Antonio y la Escuela de Medicina del Aeroespacio de la Fuerza Aérea estadounidense.
"El riesgo del síndrome de descompresión entre los pilotos de la fuerza aérea se ha triplicado desde 2006, probablemente debido a una exposición más frecuente y prolongada para los pilotos", afirmó McGuire.
"Hasta la fecha, sin embargo, no hemos podido demostrar ningún declive en la memoria o neurocognitivo clínico permante", afirmó.
El síndrome de descompresión o embolia gaseosa puede afectar a buzos, pilotos y escaladores cuando la presión a su alrededor cambia rápidamente y burbujas de nitrógeno penetran en la sangre.
Los aviones U-2 comenzaron a volar en 1950 y fueron en sus comienzos un proyecto de la Agencia Central de Inteligencia para vigilar a la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial.