Eucaristía, el mejor alimento

«En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo os voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida».  Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí: « ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Jesús les dijo: «Yo os aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no podréis tener vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre,   tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el que comieron vuestros padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre».  (Juan 6,51-58).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Al celebrar la fiesta del Corpus Christi, Jesús revela el misterio de su presencia entre nosotros por medio de los signos sacramentales del pan y del vino. Ante esta manifestación como alimento, el pueblo judío, probablemente se acuerde que había sido alimentado con el maná, del cual se cansaron pronto. Tenían presente que el Dios de la Alianza les calmó la sed con el agua que brotaba de la roca, pero que igualmente seguían insatisfechos.

Permanecía en su memoria el hecho de que muchas veces los caminantes por el desierto habían vuelto sus ojos al pasado añorando lo que dejaron en Egipto, especialmente la seguridad de sus vidas. Y esto fue así, porque la condición del hombre siempre aparece como la de un ser insatisfecho que se va llenando de cosas y objetos, que se sumerge poco a poco en distintas situaciones creyendo que allí encontrará la felicidad, que su corazón quedará colmado, haciéndose la ilusión que alcanzará al fin la felicidad en lo temporal y pasajero. ¿Por qué el ser humano es un ser insatisfecho mientras camina por este mundo? Porque creado a imagen y semejanza de Dios posee un dinamismo, que aún sin saberlo, lo orienta directamente a su Creador, y cuanto más huye el hombre de Él más se siente solo, insatisfecho. Por eso Cristo quiere abrirle los ojos a los judíos y con ellos a nosotros, mostrándonos la clave para encontrarle una respuesta al corazón del hombre tan hambriento y tan sediento. En definitiva, el pan material y todo lo que éste significa en cuanto a lo temporal y pasajero, conduce a la muerte. Y así, la muerte, le hace ver a quien no tiene fe que la vida exclusivamente terrenal es una “pasión inútil” como decía Sartre. Pero desde la fe el Señor nos sale al cruce y afirma que “el que coma de este pan vivirá eternamente” y, se ofrece como comida y bebida presentando algo completamente nuevo. En efecto, era común en los cultos religiosos paganos que las víctimas sacrificadas a los dioses fueran comidas por los fieles y así significaban la “comunión” con la divinidad, aunque no podían dar la vida eterna.

Cristo, en cambio, al ofrecer su cuerpo y su sangre se entrega anticipadamente, aún antes de sacrificarse en la cruz, como alimento que no proviene de lo ficticio, de aquello que nada vale, sino que es un alimento que da la vida eterna. El ser humano entra así en comunión con Dios, de una forma anticipada ya en este mundo temporal.

La Eucaristía es anticipación de la vida en Dios que nos espera, es anuncio de lo que vendrá. Esta unión que tenemos con el Señor en el tiempo, nos anuncia y asegura la vida del futuro, la eterna, la que no tiene fin. Por eso el Señor se ofrece, pero reclamando de nosotros una actitud de profunda fe. La celebración del Corpus Christi, por lo tanto, no es tanto “memoria” de la última Cena, sino que nos permite descubrir que el Cuerpo y la Sangre del Señor son el centro de la vida cristiana, la fuente y la cumbre del crecimiento espiritual del bautizado consagrado a Dios. De allí que el Señor diga “el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí”, anunciando que la comunión con Él funda la verdadera permanencia en el Salvador resucitado. La misma vida de Cristo va nutriendo nuestro existir, pero al mismo tiempo reclama una actitud profunda en el deseo de recibirlo. No es la comunión con Cristo algo que se da o no como si no interesara demasiado, sino que ha de ser lo principal en la vida del cristiano.

En efecto, así como trabajamos para adquirir el pan material y somos capaces de grandes sacrificios para obtenerlo y así sustentar nuestra vida, aunque sabemos que caminamos a la muerte como los israelitas en el desierto que se alimentaban del maná, así también hemos de trabajar para recibir a Jesús, nutrirnos y permanecer en Él. Y Cristo que sabe que somos débiles y pecadores nos ofrece otro sacramento, el de la reconciliación, para que por el arrepentimiento de nuestros pecados podamos ser dignos de recibirlo y obtener anticipadamente la vida eterna.

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