Evangelizar es anunciar a Jesucristo

«Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed de lo que tengan, porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y decid: “Está cerca de vosotros el reino de Dios”» (Lucas 10,1-9).

 

Muchas personas han entendido la evangelización como una manera excesiva de transmitir una doctrina. Llevar el evangelio sería dar a conocer la doctrina de Jesús a quienes todavía no la conocen o la conocen de manera insuficiente. Si entendemos las cosas así, las consecuencias son evidentes. Necesitamos, antes que nada, «medios de poder» con los cuales se asegure la propagación del mensaje frente a otras ideologías, modas y corrientes de opinión. Por eso son necesarios cristianos bien formados, que conozcan bien el evangelio y sean capaces de transmitirlo de la manera más persuasiva y convincente. Necesitamos estructuras, técnicas y pedagogías adecuadas para propagar el mensaje cristiano.

También es muy importante el número de evangelizadores que con los mejores medios lleguen a convencer al mayor número de personas. Todo esto es muy razonable y encierra, sin duda, grandes valores. Pero, cuando se ahonda un poco en la actuación de Jesús y en su acción evangelizadora, las cosas cambian bastante. El Evangelio no es sólo ni, sobre todo, una doctrina. El Evangelio es la persona de Jesús. La experiencia humanizadora, salvadora, liberadora que comenzó con Jesús. Evangelizar es hacer presente en el corazón mismo de la sociedad y de la vida humana la fuerza salvadora del acontecimiento y la persona de Jesucristo. Y esto no se hace de cualquier manera. Para hacer presente esa experiencia liberadora, los medios más adecuados no son los de poder y dominio sino los medios pobres de los que se sirvió el mismo Jesús.

Solidaridad con los más abandonados, acogida a cada persona, perdón, creación de comunidad, ofrecer sentido a la vida. Entonces, lo importante es contar con testigos en cuya vida se pueda percibir la fuerza humanizadora que encierra la persona de Jesús cuando es aceptada. Con ello no se rechaza la importancia de la formación doctrinal, pero sólo cuando está al servicio de la vida misma. El testimonio tiene primacía absoluta. Las estructuras, instituciones y técnicas son importantes en la medida en que son necesarias para sostener la vida y el testimonio de los creyentes.

Por eso, lo más importante no es tampoco el número sino la calidad de vida de la comunidad que puede irradiar fuerza evangelizadora. Quizás debamos escuchar con más atención las palabras de Jesús a sus enviados: «No llevéis talega ni alforja ni sandalias». Jesús también pone en marcha a sus discípulos y los empuja al camino, a ser misioneros por los caminos del mundo, sin más pretensión que llevar la Buena Noticia del Evangelio a aquel que la quiera escuchar y acoger.

Eso sí, para ir en camino, hay que ir ligero de equipaje, con sencillez y sobriedad, sin demasiadas cargas que luego pesan demasiado y siempre confiados en la compañía de Dios y en la generosidad de la gente que sabe valorar el desprendimiento voluntario a favor del Reino. Vivimos hoy tiempos difíciles en todos los sentidos, pero también en el de la fe. Estamos inmersos en una sociedad de consumo que sólo escucha los anuncios de felicidades fugaces basadas en la posesión de efímeros y a veces absurdos e inútiles objetos de consumo. Pocos escuchan la Buena Noticia de un mensaje que pone el ser por encima del tener. Pero no debemos desanimarnos. Ya le ocurrió a Jesús, ya dice él que les ocurrirá a sus discípulos de todos los tiempos.

Sin olvidar que lo nuestro no es imponer, sino ofrecer generosamente, con alegría, la paz que sólo Dios da, la paz del corazón que no puede dar esta sociedad materialista. El Reino de Dios crece discretamente, humildemente, como grano de mostaza, como levadura que fermenta la masa del pan. No debe preocuparnos la cantidad, sino la calidad de la vivencia. Demos testimonio de la fe con amor y alegría. Lo demás es obra de Dios.

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