‘Farc deben dar una explicación por masacre de concejales’

Luego de enterarse gracias a la primicia de LA NACIÓN, los familiares de los concejales masacrados en Rivera por las Farc, reaccionaron entorno a la decisión que tomó el Tribunal Administrativo del Huila, en donde obliga al Estado a reparar a cuatro familias de igual número de cabildantes con 2.208 millones de pesos y a brindarles un homenaje público de desagravio.

Los familiares de los concejales expresaron que es lo menos que puede hacer el Estado, luego de que los concejales hubieran dado a conocer las amenazas y no les brindaran protección. Reciben la noticia con cierto aire de triunfo pero les deja un sabor agridulce porque casi diez años después el Gobierno les da la razón.

En diálogo con LA NACIÓN, afirmaron que ninguna plata ni discurso les va a devolver a sus familiares, que son optimistas de los diálogos de paz y que están dispuestos a perdonar a sus victimarios si esto sirve como un gesto para que se alcance la paz en Colombia, pero que les gustaría escuchar una explicación de las Farc del por qué mataron a los concejales.

De las nueve familias de los concejales asesinados solo serán indemnizadas cuatro, las de los cabildantes Arfail Arias, Moisés Ortiz, Luis Ernesto Ibarra, Aníbal Azuero y las lesiones ocasionadas al secretario de la corporación, Saúl Rojas Penagos.

Hoy a menos de tres meses de cumplirse los diez años de la masacre, Rivera mantiene vivo el recuerdo de los concejales y sus familias aún conviven con los fantasmas de la violencia, el Secretario del Concejo que fue uno de los que se salvó de morir se convirtió en un “judío errante”, porque luego que se recuperó de las heridas de bala la guerrilla lo amenazó y le tocó huir del pueblo.

Aunque en su memoria está intacto todo lo que le tocó vivir ese 27 de febrero de 2006, cuando la guerrilla entro al balneario Los Gabrieles donde se desarrollaba la sesión del Concejo y abrió fuego contra los concejales, no le gusta hablar de ese tema porque dice que la gente cuando se da cuenta que él fue desplazado por ese problema, lo ven como una amenaza. Por ello anda de pueblo en pueblo pasando temporadas en casa de sus amigos y familiares.

Ayer estuvo en Neiva, precisamente realizando una diligencia sobre ese tema y accedió a hablar con LA NACIÓN, para reconstruir la historia de la masacre que lo obligó a salir de su tierra.
 


En el cementerio de La Ulloa están enterrados dos de los concejales, sobre la tumba de uno de ellos un epitafio que recuerda el aprecio que le tenían. Fotos Fernando Polo.

 
El fatídico día
“El lunes 27 de febrero decidimos hacer la sesión en Los Gabrieles porque el día anterior –el domingo- habíamos estado trabajando en La Ulloa, zona rural y no nos pasó nada, inclusive los concejales estaban contentos porque el Ejército y la Policía estuvo ese domingo con nosotros. Quedamos de empezar la sesión del lunes a las doce del día, estaban invitados el Alcalde de Rivera y un funcionario de la Secretaría de Desarrollo del Huila, que hizo una presentación que terminó a la una y cuarenta y cinco minutos, luego empezó el tiroteo”, narra Saúl Rojas Penagos, quien en la época se desempeñaba como secretario del Concejo de Rivera.

Rojas Penagos, recuerda que cuando llegaron al sitio solo había dos policías, armados con pistola y revólver, “los dos estaban al lado de la piscina y nosotros nos hicimos en la mesa donde queda el restaurante. Como a la una y cincuenta minutos de la tarde llegaron al sitio dos hombres vestidos con prendas del Ejército, algunos concejales exclamaron: ‘llegó más seguridad’ y pensamos que era porque a las dos llegaba el Alcalde.

Los hombres llegaron con fusiles y cananas con munición cruzadas en su cuerpo, se dirigieron hacia donde estaban los dos policías, pero en eso momento se escuchó una explosión, como de una granada detrás de la piscina, “los policías salieron a mirar y los dos hombres se dirigieron hacia donde estábamos nosotros, no dijeron una sola palabra, empezaron a disparar y yo lo único que hice fue tirarme al suelo, yo sentía que las balas me zumbaban por todos lados. Desde un extremo del lugar donde había una cerca de piedra se escuchó una voz que decía ‘maten a todos esos hp’. Luego de las ráfagas de fusil empezaron a darles tiros de gracia, yo estaba bocabajo y encomendado a Dios y solo escuchaba los disparos”, narra.

 


Saúl Rojas Penagos, secretario del Concejo de Rivera en el 2007 y uno de los sobrevivientes.

Y continúa diciendo, que cuando ya le habían pegado tiros de gracia a cinco de los concejales la voz detrás de la cerca de piedra se volvió a escuchar, esta vez dijo: “vamos a la camioneta que ya están muertos todos esos hp”, y los dos hombres salieron corriendo.

“A mí me pegaron un tiro en una pierna, tendido en el piso solo esperaba que me dieran el tiro de gracia, pero yo sentí cuando salieron corriendo y esperé unos minutos, cuando vi que ya no estaban como pude salí por el solar hacia la casa de la mamá del Alcalde, que quedaba cerca, ahí estaba el Alcalde con los escoltas y ellos me llevaron al hospital”, expresa.
 
De concejal a alcalde
El concejal Moisés Ortiz Cabrera, otro de los masacrados, era el segundo de cuatro hermanos, vivía con su familia en Rivera y terminó el bachillerato en el colegio del Núcleo del Guadual, se graduó como bachiller técnico en agricultura, no pudo seguir una carrera universitaria porque sus padres no tenían los medios. Por ello unos días estuvo ayudándole a su papá en la finca, pero pronto se dio cuenta que su familia no era la única que padecía necesidades y que habían otras que estaban en peor situación.

“Tal vez eso lo llevó a incursionar en la política, porque él siempre vivía pendiente de las necesidades de la gente, los vecinos, la comunidad le tomó mucho aprecio y cuando dijo que se lanzaba al Concejo fue un éxito porque todo el mundo lo apoyó, era su primer periodo y ya tenía pensado aspirar en el siguiente a la Alcaldía, los amigos lo animaban porque sabían del trabajo que tenía”, explica su hermana Mónica.

Las cosas le estaban saliendo bien a Moisés y todo el mundo en Rivera soñaba con tener un hijo del pueblo en la Alcaldía, pero el 27 de febrero de 2006 las balas asesinas de las Farc acabaron con ese sueño, que se convirtió en una pesadilla que hoy viven sus padres, tres hermanos, una viuda y un hijo que se crió sin la compañía de su padre porque se lo mataron cuando él apenas tenía siete años.

 


En esta casa viven los familiares del concejal Moisés Ortiz, en esta cuadra inicio su carrera política.

Ta vez por eso, Mónica María Ortiz Cabrera, hermana del concejal Moisés, dice que “ninguna plata va a reparar lo que la guerrilla le hizo a mi familia, sin embargo no guardamos rencor en nuestros corazones, el Estado se va a disculpar pero si nos gustaría que las Farc nos digan ¿Por qué mataron a mi hermano?, si no debía nada, no le hacía mal a nadie, la gente lo quería, lo apoyaban y veían en él una esperanza para este municipio. Era una persona pobre porque mis padres nos criaron con mucho esfuerzo, mi papá trabajando en el campo y mi mamá haciendo cuanto trabajo le sale en el pueblo, y aún continúa haciéndolo para poder sobrevivir porque ya no tiene la ayuda de su hijo”, le contó a LA NACIÓN, Mónica Ortiz.

Mónica, aún asombrada por el recuerdo de la absurda muerte de su hermano, que casi diez años después no logra entender, se lleva las manos al rostro y me dice que no cree en los diálogos de paz, pero hace una reflexión y expresa que “si la muerte de mi hermano y de los otros concejales de Rivera sirve para que esto no se vuelva a repetir en ninguna parte, que ninguna familia tenga que sufrir por las masacres, que la guerrilla cumpla lo que dice y no siga matando más gente habrá valido la pena.
“Por mi parte no hay rencor, dejo todo en manos de Dios, sin embargo no sé cómo reaccionaría si tuviera enfrente a los asesinos de mi hermano, porque es que no le veo ninguna explicación a su muerte. Lo que uno quisiera es que ojalá entiendan el daño que están haciendo y firmen rápido los acuerdos, pero que empiecen a cumplir lo pactado”.
 
El líder del pueblo
En el cementerio del centro poblado de La Ulloa, a diez minutos de Rivera, hay una tumba con un epitafio que parece que lo hubieran hecho entre todos los habitantes del caserío, por la cantidad de elogios que tiene. El sepulcro pertenece al inmolado concejal Luis Ernesto Ibarra, está contigua a la del también masacrado concejal Octavio Escobar González, a La Ulloa la guerrilla le quitó estos dos ilustres hijos.

A una cuadra del cementerio está la casa de los Ibarra, donde compartieron hasta el día que la Policía le dijo al concejal que tenía que irse a vivir a la zona urbana de Rivera porque las Farc lo estaban buscando para matarlo y allá no lo podían cuidar.

“Mi papá nunca nos decía de las amenazas, sin embargo cuando se trasladó a Rivera nos dimos cuenta que las cosas estaban mal. Él era muy querido por la gente al igual que los otros concejales, porque ellos sí trabajaban, presentaban proyectos para la comunidad, no como otros que se la pasan esperando a ver qué trae el alcalde, ellos iban a las entidades y gestionaban recursos, mi papá era un verdadero líder del pueblo. Por ello no entiendo por qué le hicieron eso”, nos contó Lucena Ibarra Perdomo, la segunda de los tres hijos que dejó el concejal Luis Ibarra.
 


Mónica Ortiz Cabrera, hermana del concejal Moisés, aún no entiende por qué mataron a su hermano y espera que las Farc algún día les dé una explicación.

Luis Ernesto Ibarra, devengaba el sustento de la familia trabajando en un pedazo de labranza que tenía, las pocas pepas de cacao que cosechaba le daban para vivir con su mujer y sus tres hijos, su única ambición era servirle a la gente, a su comunidad, “pero eso no lo entendieron los que lo mataron, sin embargo no guardamos rencor a pesar de la situación tan dura que nos ha tocado vivir, cuando mi papá murió mi mamá asumió el trabajo en la labranza, fueron días duros. El fallo no repara el daño causado, pero mire que el Estado acepta que sí tuvieron culpa en la masacre porque no les brindaron seguridad”, agrega Lucena.
 
Amenazas cumplidas
La muerte de los concejales en Los Gabrieles no ha sido el único acto de barbarie que se ha presentado en Rivera, al también concejal de ese municipio Federico Hermosa, lo amenazaron en febrero de 2004 y el primero de mayo del mismo año lo mataron, cumplieron la amenaza.

A los pocos días mataron al director de la Umata, Alfonso Puentes, que también había sido amenazado pero no creía que las amenazas se cumplieran. En el mismo año, el 9 de agosto mataron al exalcalde Luis Humberto Trujillo Arias, finalmente el 27 de febrero de 2006 las Farc decidieron ir por todos los miembros del Concejo, y solo se salvó el secretario que resultó herido y el concejal Gil Trujillo Quintero, quien luego resultó siendo cómplice y la justicia lo condenó a pagar 37 años de cárcel.
En Rivera se respira un aire de desazón, la gente no quiere recordar la masacre, pero en ningún momento olvidan a los concejales, la huella de los nueve cabildantes masacrados está por todos lados, en los programas de vivienda que promovieron, las vías que gestionaron, entre muchos otros proyectos que tienen su impronta.
Las familias de los concejales a pesar de la pesadumbre siguen tratando de salir adelante. Los que van a hacer alguna diligencia al banco a la primera que ven es a Orfidia Puentes, la viuda del concejal Moisés Ortiz Cabrera, quien cuenta orgullosa que el hijo que le dejó su esposo ya está estudiando derecho y pronto será un prestante abogado. Justamente ayer estaba cumpliendo 17 años y le tenían preparada una sorpresa para cuando llegara de estudiar.

El papá, -que también se llama Moisés- sigue trabajando en la finca, la mamá María Arbelosa Cabrera, trabaja en casas de familia para ayudar a su esposo con los gastos del hogar y Mónica una de las hermanas colabora en el jardín infantil.

Gloria Aguirre, la viuda del concejal Desiderio Suárez, continúa dando clases en el colegio ‘Misael Pastrana’. Y en La Ulloa la viuda de Luis Ibarra, continúa trabajando la parcela, es su sustento.

Otras personas se fueron, no resistieron la tristeza y los recuerdos que les trae Rivera. Sin embargo, para que a nadie se le olvide la masacre de los concejales y para que ésta no se vuelva a repetir en ninguna parte, frente a la imponente iglesia del municipio hay un obelisco con la imagen de los nueve concejales. Ahí estarán parados los delegados del Estado el próximo 27 de febrero rindiéndoles un homenaje público de desagravio a las familias, que en su interior desean que este homenaje algún día lo hagan también las Farc y les expliquen por qué los mataron.
 

Frente a la iglesia un obelisco con las nueve caras de los concejales mantiene vivo el recuerdo de lo que le quitaron a Rivera.

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