Los rajaleñas tienen en Fidelina Mosquera, de 82 años y oriunda de Fortalecillas, su germen y futuro. Encuentro con el folclor. Los rajaleñas tienen en Fidelina Mosquera, de 82 años y oriunda de Fortalecillas, su germen y futuro. Encuentro con el folclor. JUAN GUILLERMO OSORIO RANGEL Especial LA NACION Para encontrar a Fidelina Mosquera, sin tener datos precisos del lugar de residencia, es una misión que requiere de paciencia y sigilo. La búsqueda inició en el barrio San Martín a las nueve de la mañana del domingo 18 de mayo. Allí nos comentaron que Fidelina se consagra a la reventa de frutas y la podríamos encontrar en la plaza de San Pedro, donde nos topamos con los braceros conocidos como ‘“Bocachicos’. La persona que busque a alguien puede tranquilamente recurrir a ellos. Sólo con decir que estamos buscando a una señora para que nos toque unos rajaleñas, inmediatamente uno de ellos dijo, “esa debe ser Fidelina, ella vive en el barrio ‘Alfonso López’, diagonal al polideportivo”. Seguimos con el recorrido y dimos con el lugar: una modesta casa decorada aún con figuras navideña que esta rajaleñera retoca cada vez que las imágenes pierden su color con puchos de pintura que le obsequia la gente de las ferreterías donde la conocen y ha cantado. Es la única casa que tiene ese distintivo. Una vecina nos aconseja: “tóquele duro que ella es medio sorda, ahí debe estar, pues hoy no la he visto salir”. Abre la puerta una señora de estatura media, piel trigueña producto de las largas caminatas al centro de la ciudad para revender sus productos. En su rostro se refleja el trajinar de los años que apacigua con una tierna pero penetrante y segura mirada. Es una mujer vivaz y de temperamento recio. Al comentarle que dimos con ella gracias a los braceros de la plaza de San Pedro, afirma “claro si allá yo me críe y como por aquel lugar ando los martes y viernes porque a mí me dan el auxilio del Gobierno pero no por eso me voy a estar quieta. Me enfermo. Me voy para la plaza de San Pedro, me gano $6.000 y me sirven. Yo soy agradecida eso sí en mi ranchito casi no me encuentran, solo los fines de semana y eso cuando no me voy para la casa de mi cuñado a visitar a mi hermana y sus hijos. Se me iba olvidando, mucho gusto Fidelina Mosquera de los de Fortalecillas para serviles, ¿y es qué ustedes tocan?”. Sobre cómo aprendió los rajaleñas, cuenta que “yo soy inteligente. Mis padres nos criaron en Fortalecillas, eran matarifes de chivos y ovejos. De cómo aprendí a tocar rajaleñas eso fue sola, dicen por ahí que nadie nace aprendido, mentiras cada uno nace con lo que ha de ser sin que le enseñen, eso surge de adentro, pues hay otros que les enseñan y no aprenden”. Un pedazo de vida Fidelina se recuesta en su mecedora y lleva una de sus manos a la cabeza, piensa un momento sin dejar de mirarnos. Las palabras que siguen y en donde comparte su sentir de lo que es para ella un pedazo de su vida. “La música me distrae y me rejuvenece, mi arte me ayuda alejarme de esas cosas difíciles de la vida. Cuando cojo mi guitarra o mi tiple y le robo esos sonidos me agradan el oído y alegran mi entorno, la música es un don que el Señor me dio”. Estas palabras invaden el espacio de su pequeña sala con una atmósfera paradójica de melancolía y alegría. Fidelina, dama regia, de decisiones contundentes y postura firme, se deja llevar por sus recuerdos de cuando era mocita, como ella define su juventud, época donde salía con su tiple a tocar y cantar boleros, vals, bambucos. “Fui la que tuve más novios, eso me decían, que era buena moza, yo no sé. Pero el destino mío era seguramente vivir sola, a mí nunca me conocieron pinta, nunca me casé ni tuve hijos”, narra. Este es uno de los dolores más recónditos que Fidelina guarda en su pecho. A pesar de su decisión de no haberse casado ni tener compañía de cierta manera por temor a quedar embarazada y morir en el parto, pero cubre esta realidad con unas escurridizas palabras: “menos mal no me casé si hubiera sido casquifloja me hubiera hasta dejado hacer tres hijos, pero pa’ lo que sirven, hay hijos que salen buenos pero eso es muy raro”. El aliciente que le devuelve la vida y que le hace olvidar sus penas y su soledad para seguir adelante es la música. Para disipar esa melancolía que la circunda, se levanta de su silla y nos pregunta: ¿Quieren que les toque una canción con tiple o guitarra? Mientras afina su instrumento, nos cuenta que tiene un tema muy especial para los placelunos donde ella se crió: “Nosotros, los placelunos, nosotros los placelunos siempre hemos tenido fama, siempre hemos tenido fama, olelo lelo laila siempre hemos tenido fama, cuando llegan los turistas, cuando llegan los turistas, llegan a comer marrana , llegan a comer marrana olelo lelo laila, ahí llegan a comer marrana”. Prosigue haciendo un recuento de que hoy en día los buenos rajaleñeros han muerto, que han quedado los hijos que heredan la música, “el rajaleña lo cantábamos con ese deje bonito. Los de Guacirco y Peñablanca imitan a los de Fortalecillas”. Se levanta nuevamente de su silla. Descarga su tiple en una pequeña mesa y nos pregunta si tomamos tinto a lo cual le decimos que sí. Con una agilidad envidiable a sus 82 años se dirige a su cocina improvisada en un rincón de la sala. Toma un termo y sirve el café que ya tiene listo, abre una bolsita blanca, saca de allí dos panes y les unta mantequilla y nos los pasa. Desenfunda su guitarra y dice “Ésta la cambié por la que era hecha por Abel González, esa si me gustaba, pero hice un cambalache con un viejo que me dio en la nuca”. Fidelina cruza la pierna y se dispone a tocar. Ahora pasa de los rajaleñas a los boleros que le recuerdan el amor fugaz que nunca pudo retener o según ella, no era su destino casarse “sino quedarme solterona pero verraca eso si pa’que. Apenas cumplí los 18 años le dije a mi mamá me voy a ir buscando la vida. Me fui a tocar con don Fidel Labao en Quebraditas”. Canta el bolero ‘Toda una vida’ del trío Los Panchos y termina con un suspiro hondo. Nos fijamos en los muchos afiches de cantantes en las paredes de su sala, pero en especial de uno: Alejo Durán. Le preguntamos y responde cantando: “y voy a hacer este son ayayay es pa que tú te diviertas Fidelina, esa me la dedicaron cuando estaba joven. Es que uno mocito rompe corazones”. “A mí me admiran por los años que tengo y a pesar de que ya no escucho muy bien, sigo cantando. La vida es amable pero yo no quisiera vivir tanto porque hoy en día no paga, pero hay que esperar lo que Dios diga”, remata. Fidelina Mosquera en sus años de mocedad. Fidelina Mosquera en una foto recientemente tomada, tocando el tiple en su casa del barrio Alfonso López en Neiva.