Hermosa, los mejores calificativos para los “Cien años de soledad” en Netflix. Brillantes los actores, vigorosa la historia, bellísima la decoración, atrapante el ritmo… realismo mágico ante los ojos del espectador. Grandeza de García Márquez, más grande aún para las consciencias interesadas en el humanismo.
La historia de Macondo metaforiza la de Colombia; incluso, la de occidente: un pueblo feliz hasta cuando llegó la política. Hasta cuando el Estado conservador entró a organizar lo organizado para desorganizarlo todo. Sembrar el caos desde un centro lejano y mezquino. Macondo era mejor cuando estaba en la cabeza de José Arcadio, el patriarca, según José Arcadio, el hijo. Cuando la peste de la política no se había apoderado de sus predios.
Se pudrió más cuando la plaga liberal la contaminó con una rebelión sangrienta, pero inane. Un disparate de revolución gerenciado por líderes codiciosos de burocracia para saquear al Estado como lo hacían los conservadores.
Y mientras el coronel Aureliano Buendía combatía en el campo de batalla, menos como Rafael Uribe Uribe y más como Guadalupe Salcedo o Manuel Marulanda Vélez, el ejército conservador masacraba a los habitantes de Macondo. Mientras los liberales comunes batallaban por las banderas liberales, sus elites nacionales acordaban la distribución del Estado
Cometieron el error de creer en los políticos liberales. Todos eran iguales, liberales o conservadores, según Úrsula Iguarán. El narrador lo confirmó: los conservadores iban a misa de ocho y los liberales, a la de cinco. “Hemos criado monstruos”, palabras de Úrsula al finalizar la primera parte. Bella producción audiovisual, filmada en ocho capítulos con duración de una hora, en territorio tolimense y actores criollos.
Queda en la consciencia del espectador la necesidad de la segunda parte. Será, sin duda, de la misma calidad como la primera. Lo garantiza la novela y García Márquez también. Él supo plasmar literariamente las incoherencias humanas de cualquier Estado. Le otorgó a la literatura su función original: develar los absurdos del poder político y económico por sus enormes capacidades de depredación.
Fácil hilvanar el resto de la historia nacional después de los primeros ocho capítulos: las guerrillas liberales mutaron al marxismo; después, a bandas delincuenciales; finalmente, en peligrosos terroristas. Solo hay una permanente víctima: el pueblo colombiano constantemente rodeado por terroristas. Unos, en los campos masacrando inocentes; otros, incrustados en el Estado construyendo injusticias.
Para Chomsky “El terrorismo es la utilización de la violencia y el miedo para lograr objetivos políticos, económicos o sociales.” Para mí, una terrible certeza: los políticos no han superado aún la etapa del chimpancé.