«Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: – «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. “Al verlos, les dijo: – «Id a presentaros a los sacerdotes. “Y, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Éste era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: « ¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios? “Y le dijo «Levántate, vete; tu fe te ha salvado.». (Lucas 17,11-19).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Desde muy niño, mi Mamá me enseñó a decir dos palabras claves: por favor y gracias. Hoy me parece importantísimo que, entre hermanos, vecinos, amigos y compañeros, salga fácilmente del corazón estas palabras mágicas. En casa, en la familia, en el trabajo o en la escuela: en todos los lugares y circunstancias de nuestra vida tendríamos que ser más agradecidos. Y no sólo como una palabra y una costumbre de buena educación, de buena convivencia, sino como algo más importante, más profundo. Porque tener en nosotros un sentimiento, una actitud habitual de gratitud hacia los demás es uno de los aspectos importantes de aquel amor que Jesús nos enseñó. La gratitud significa valoración del otro, significa tratarle con respeto y consideración, estimarle. En cambio, cuando nos domina el egoísmo, el considerarnos el centro del mundo, cuando actuamos con exigencia o imposición, cuando pensamos que todas las relaciones humanas se reducen a una trama de derechos y deberes, sin gratitud: entonces nos alejamos de aquel amor que Jesús nos encomendó.
El evangelio de hoy nos ha hablado de un samaritano, de un extranjero que supo volver para dar gracias por su curación. ¿Por qué volvió éste y no los otros nueve? Probablemente, creo, porque éste estaba acostumbrado a dar gracias de corazón y de palabra. Y los otros nueve, no. Por eso, el que estaba acostumbrado a ser agradecido a los hombres, supo serlo ante Jesucristo, y así halló la gracia del Señor, encontró la fe y la salvación. Jesús aprecia al hombre que manifiesta gratitud. Que no da nada por descontado. Que sabe abrirse al estupor, a la sorpresa y por tanto a la gratitud. Puede ser fácil dar gracias a Dios cuando obtenemos una gracia excepcional. Sin embargo, la gratitud, que alguien ha definido como la memoria del corazón no se hace tan manifiesta por las cosas que tenemos ante los ojos cada día. Los consideramos derechos adquiridos. La ironía de la vida, agradecemos unos zapatos nuevos que nos dan, pero nos olvidamos de dar las gracias a aquel que todas las mañanas nos da dos pies para meterlos en los zapatos. Es una afirmación aguda y profunda y que refleja una actitud humana muy frecuente entre nosotros. Porque vivimos en una sociedad en la que dar gracias se ha convertido en un tópico: en los tickets de compra de los grandes almacenes se nos dice: “gracias por su visita”…Y sin embargo nos falta muchas veces el agradecimiento profundo y verdadero en nuestro corazón. Tenemos que convencernos que todo es gracia. Nada se nos debe y nada merecemos. Si todo nos viene de Dios gratuitamente, todo debe volver a él a través de la alabanza y la gratitud. Cristiano no es el que pide gracias o recibe gracias. Es fundamentalmente quien da gracias.
Por eso, la Eucaristía, que representa el acto más importante del culto cristiano, significa literalmente, “acción de gracias”. Recordemos una cosa muy importante: cuando vayamos a la Eucaristía, aunque a veces nos cueste, recordemos que lo más importante aquí no es, escuchar o pedir esto o aquello. Lo más importante aquí es saber decirle a Dios: GRACIAS, gracias por todo, pero gracias sobre todo porque nos has hecho conocer, querer y seguir a Jesús. No caminemos distraídos frente al milagro de la vida. No seamos descuidados ante las sorpresas de los acontecimientos de la vida ordinaria. Busquemos las huellas de Dios en los acontecimientos de cada día, y permanezcamos siempre en actitud de agradecimiento.