«En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: _ «Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.» (Mateo 5,1-12a)
Padre Elcías Trujillo Núñez
A Jesús se le acercaban los más pobres, la gente sencilla, los más despreciados, mientras que los ricos y los influyentes no tenían tanto entusiasmo en acercarse a Jesús, porque lo veían pobre y a favor de los pobres, y esto les sentaba mal hasta llegar a criticar a Jesús porque iba rodeado de esas personas.
Es verdad que en Jesús se ve ese cuidado especial por los más pobres, por los que más sufren, por los más despreciados. Y ese cuidado especial de Jesús y su cariño quedan reflejados en las bienaventuranzas del evangelio de hoy. Todas las bienaventuranzas empiezan proclamando: «Dichosos». Jesús quería decirles a las pobres cosas muy bonitas para que no se sintieran tristes, porque contaban con el cariño de Dios. A los pobres les dice que Dios les dará el Reino. A los sufridos les dice que poseerán la tierra. A los que lloran, que Dios los consolará. A los que tienen ganas de ser buenas personas les dice que se saciarán de bondad. A los misericordiosos les dice que serán tratados con misericordia. A los limpios de corazón les dice que verán a Dios. A los que trabajan por la paz, que se les dará un nombre bonito: hijos de Dios. Y a los perseguidos les dice que se pongan contentos, porque Dios tiene cosas muy hermosas preparadas para ellos en el cielo. Jesús quiere decir con todo esto que Dios tiene un destino hermoso para sus hijos más pobres, que Dios no los olvida, que no los abandona en sus sufrimientos, que cuentan siempre con el cariño de Dios. Y estas cosas las decía Jesús cuando tenía delante un «gentío» entre el que estaban pobres, gentes sencillas, hambrientos, despreciados y oprimidos.
Algunos años después, san Pablo les pide a sus cristianos de Corinto que se fijen en su comunidad para que vean que allí no están los sabios ni los poderosos ni los aristócratas según el mundo. Allí está lo necio, lo despreciable, lo que no cuenta, y Dios lo ha escogido para anular lo que cuenta. Con frecuencia yo también miro a las gentes de mi parroquia y no veo allí a los sabios según el mundo ni a los poderosos ni a los aristócratas. Veo gentes sencillas, curtidas por las penalidades y los desengaños, con conciencia de ser poca cosa en este mundo. Quizás nadie los tomó nunca en serio. Podemos decir también: «Señor, somos tus pobres». Y tengo conciencia de que Dios nos ha elegido para darnos su Reino, para que disfrutemos de su cariño y para humillar a listos y poderosos según el mundo. Estoy convencido de que nosotros, que no sabemos, que no tenemos medios, que nos sentimos incapaces, que somos gentes insignificantes, haremos cosas muy bonitas en nuestro entorno. Cada día la vida será más hermosa y nos sentiremos más a gusto. No ganaremos rifas, ni loterías y menos participaremos de las pirámides. Seguiremos siendo pobres, pero contaremos con el cariño de nuestro Dios, que se vuelca en sus hijos. No nos gloriamos en nuestras capacidades, que no tenemos.
Nos gloriamos en el amor gratuito de nuestro Padre Dios, que no nos abandona en nuestras pobrezas y dificultades. Y reconocemos que Dios también nos ha asignado a nosotros una tarea bonita: hacer presente su amor gratuito entre los pobres y las gentes sencillas. Jesús, en este evangelio, nos enseña un nuevo camino para ser dichosos. Lo disfrutaremos con la gracia de Dios. No podemos olvidar que todos experimentamos, que la vida está sembrada de problemas y conflictos que en cualquier momento nos pueden hacer sufrir. Pero, a pesar de todo, podemos decir que la «felicidad interior» es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Podemos afirmar que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando es vivida en un encuentro personal con Jesucristo.