Nada justifica –ni siquiera un resultado adverso o un mal arbitraje—la violencia que se desató el fin de semana pasado en dos estadios de fútbol del país en el desarrollo de la fecha 5 de los cuadrangulares semifinales del fútbol profesional colombiano.
El primer episodio de desmanes se registró el sábado en el estadio de Palmaseca cuando se cumplía el partido entre Cali y Junior del Grupo A. Luego de un gol anulado al conjunto ‘azucarero’, los hinchas del equipo vallecaucano invadieron la cancha. También lanzaron objetos contra el árbitro central y sus asistentes. Debido a estos hechos, el juego se finalizó por falta de garantías.
Un episodio similar se registró el domingo –menos de 24 horas después– en el juego entre Atlético Nacional y el Deportivo Independiente Medellín, que fue terminado anticipadamente por el comportamiento violento de un grupo de hinchas del equipo ‘verdolaga’ que lanzó objetos contra los jugadores. Este partido se disputó en el Polideportivo Sur, de Envigado, porque el Atanasio Girardot estaba ocupado con el concierto de Karol G. La situación fue tal que en las gradas hubo además enfrentamientos entre las barras. La Policía, por su parte, entró al campo de juego para proteger a los jugadores en su desplazamiento a los camerinos.
El fútbol es una actividad que genera pasiones, emociones y sentimientos, pero ninguno de ellos debe conducir al odio y mucho menos, a la agresión verbal o física. El fútbol es incompatible con el resentimiento que quieren imponer unos pocos desadaptados. Y como lo hemos dicho en varias oportunidades desde esta tribuna, una derrota, perder una final o un partido mal pitado, no debe ser utilizado para que unos pocos desfoguen su ira.
La violencia es inaceptable. Por eso mismo, las autoridades están en la obligación de identificar a los responsables y aplicar castigos ejemplarizantes.