«En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: – «Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico. Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas. Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno, y gritó: “Padre Abraham, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. “Pero Abraham le contestó: “Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros» (Lucas 16,19-31).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Hay muchos muertos que no está en los cementerios. Andan por las calles. Pero no interesa a nadie. Nadie se fija en ellas. A nadie preocupa. Caminan por la vida, pero no habitan en ningún corazón. Y sólo estamos vivos cuando algún corazón nos abre la puerta y nos manda entrar. La parábola del rico y de Lázaro, pudiéramos llamarla la “parábola de la indiferencia e insensibilidad”. En ningún momento se dice que el rico fuese mala persona. Ni tampoco se dice que sea malo vivir bien. Ni se le acusa por ser rico. Lo que se critica en este rico es su “frialdad para con los demás”, su “indiferencia e insensibilidad” para con un pobre mendigo que no pide mucho. Se contentaría, como los perritos, con poder comer las migajas que caen de la mesa. La indiferencia para con los demás es la mejor manera de vivir en la burbuja de su soledad, ajeno a todo y a todos. Los demás no existen para él. Los demás no tienen importancia. Se puede vivir sin ellos. Y no pasa nada. La indiferencia nos hace además “insensibles”. Y la insensibilidad es una de las señales que también uno está muerto por dentro.
Después de un accidente, que tuve en la Plata Huila, noté como, el médico se cercioraba si estaba vivo, por eso comprobaba que los miembros, los brazos, las piernas, las manos, la cabeza tuvieran sensibilidad. Cuando moví la cabeza, el Padre Norberto Orozco, quien estaba allí junto a la camilla exclamó: “está vivo”. Me volvió el alma al cuerpo. No estaba muerto. Sólo fue el impacto el que me desconectó por un momento.
El verdadero problema del rico, que conocemos con el apellido de “Epulón”, no era ser rico, ni el vestir de púrpura, ni el banquetear espléndidamente. Su problema era que por dentro estaba muerto. Su corazón no tenía sensibilidad. Su corazón era insensible ante el pobre Lázaro. Su corazón no tenía sentimientos, era incapaz de reaccionar “ni, aunque un muerto resucite”. La inmensa mayoría de nuestros problemas tenemos que encontrarlos en nuestro corazón. La indiferencia y la insensibilidad no nos impiden ver la realidad, pero sí pone anestesia en nuestro corazón para no sentir nada. Que hay mucha hambre en el mundo, que hay muchos ancianos que viven en soledad, que hay muchos niños mendigando en la calle; que hay muchas familias sin trabajo, ya lo sabíamos, pero nosotros seguimos igual. No, nosotros no somos culpables ni del hambre del mundo, ni de la soledad de los ancianos y enfermos, ni de los niños de la calle, ni de los que carecen de trabajo. Nosotros somos culpables por nuestra indiferencia e insensibilidad. Al rico de la parábola no se le acusa ni se le hace responsable de que Lázaro sea un pobre mendigo. Se le condena por su insensibilidad ante el hambre del mendigo.
A veces, lo que los demás necesitan no es que les solucionemos sus problemas, ellos quieren que su realidad nos duela, que les demos vida en nuestro corazón. Porque sólo cuando comenzamos a sufrir y a sentir en nuestro corazón el problema de los otros, entonces comenzamos a hacer algo por ellos. Y porque sólo entonces podemos decir que “también nosotros estamos vivos”.