Indignidad

Si uno de los principales cargos del Estado colombiano había tenido el respeto de todo el país, no solo durante décadas sino desde la creación de la República, había sido el de magistrado de una de las altas cortes. No existía cargo político – distinto al de Presidente de la República – ni mucho menos de la Rama Legislativa que se le equiparase en prestigio, sinónimo de honradez y honestidad, y gran dosis de dignidad. Quien llegase a magistrado se le consideraba de la mejor alcurnia intelectual del país; se asumía que tal ascenso era producto de sus enormes méritos como jurista y nadie osaba poner en duda ni sus capacidades ni su verticalidad ética ni moral.

La nueva Carta Política, con todas las buenas intenciones y el loable propósito de la independencia judicial, estableció un régimen de elección de sus miembros, en unos casos a cargo del Legislativo en las cámaras y en otros desde las mismas altas cortes designando – por voto secreto – a sus colegas de las otras jurisdicciones. Y pésima decisión la de crear, con la misma noble intención de la independencia, el Consejo Superior de la Judicatura con ramas en lo disciplinario y la enorme potestad de administrar toda la Rama Judicial. Con la excepción de la Corte Constitucional, pero eso hasta hace unos pocos años, el resto de las altas instancias judiciales nuestras han dado las peores muestras de clientelismo rapaz, voracidad burocrática, predilección por razones ideológicas o económicas y una dolorosa evidencia de intereses personalistas que rayan en lo indecente y lo obsceno. Los recientes hechos protagonizados por la Presidenta de la Corte Suprema de Justicia no son más que la muestra palpable de que la majestad de esa rama del poder público es, lamentablemente, cosa del pasado.

Nos encontramos frente a una Rama Judicial donde sus miembros, los de sus más altas instancias, privilegian los afanes de lucro personal, de protagonismo mediático, de injerencia en asuntos políticos. Gozan de enormes privilegios, de gabelas increíbles frente al grueso de los trabajadores del país, mucho más generosas que las del mismo Congreso de la República, y lo peor es que algunos de sus integrantes no solo no rechazan eso sino que se ufanan de ello y lo defienden a capa y espada.

Nuestra justicia, coja y ciega durante toda su historia, ahora se ve manchada por la indecencia y la elemental falta de decoro. Pululan los tráficos de influencia y la indignidad se pasea oronda por los altos tribunales. Al igual que el Congreso, la justicia merece un severo revolcón.

“Nuestra justicia, coja y ciega durante toda su historia, ahora se ve manchada por la indecencia y la elemental falta de decoro”.

Editorialito

El club Bambuqueros sigue demostrando su poderío y su natural liderazgo en el torneo profesional de baloncesto. Alegra igualmente la nueva afición que se está generando alrededor de esta disciplina como otro espacio para mostrar las grandes fortalezas para mostrar al Huila. 

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