Al margen de las polémicas asociadas a la inauguración, esta versión de los Juegos Olímpicos vuelve a poner sobre la mesa, una serie de injustas situaciones que a lo largo de los años han permanecido invariables. Como punto de partida, me gustaría hacer referencia al conveniente “monopolio” que ha existido en torno al proceso que debe surtirse, para que un deporte adquiera la condición de deporte olímpico. Creo que el mejor ejemplo de esto, podemos encontrarlo en el patinaje.
No hace falta ser un experto analista deportivo para anticipar el espontáneo y exponencial incremento que tendría Colombia en su medallero, en caso de que el patinaje fuera reconocido como deporte olímpico. La cosa no termina ahí, pues me resulta muy irónico que existan deportes que lleven años esperando su oportunidad para debutar a nivel olímpico, mientras que expresiones, que podríamos clasificar como culturales o folclóricas, como es el caso del Break Dance o “Breaking” hayan tenido un camino mucho mas corto y expedito a la máxima categoría del deporte mundial. Para ponerlo en perspectiva, sería el equivalente a que Colombia lograra que el Sanjuanero o el Joropo fueran reconocidos como “deportes” olímpicos.
Sumado a lo anterior, me resulta injusto que históricamente, los deportistas, como individuos, sean los que siempre terminan pagando los platos rotos por disputas de índole bélica o política, que son del resorte de los países.
En mi opinión, los Olímpicos deberían migrar hacia un modelo más orientado hacia los deportistas, en el que se reste protagonismo a los países. La injerencia de factores externos a lo netamente deportivo lleva a que tanto las competencias, como los medalleros, resulten modificados artificialmente. Al respecto, podemos referenciar el caso de Rusia y su intermitente participación a lo largo de los años.
En el caso de las olimpiadas de París, todos hemos sentido el vacío de los rusos en las dinámicas deportivas. No podemos permitir que la llama del genuino espíritu olímpico se extinga por el interés que tienen algunas potencias, en convertir a los Juegos, en un ajedrez que responde a sus intereses.
