Diplomacia
Con el fin de las sanciones que pesaban sobre su economía, el país de los ayatolás regresó a los mercados internacionales. Pese a las expectativas de cambio, sigue intacta la estructura de un régimen que reprime a su gente y promueve el terrorismo en el extranjero.
A Irán le tomó más de 13 años construir su programa nuclear, pero bastaron seis para desarmarlo. A esa conclusión llegaron los especialistas de la Agencia Internacional de Energía Atómica (Aiea), que el sábado certificaron que Teherán había cumplido el acuerdo que firmó con Estados Unidos y otros cinco países a mediados de julio en Viena. Desde entonces, el régimen de los ayatolás desmanteló 14.000 centrífugas (almacenadas bajo vigilancia de la Aiea), sacó de su territorio o diluyó el 98 por ciento de sus reservas de uranio de bajo enriquecimiento, y extrajo el núcleo de su reactor de agua pesada, que rellenó con concreto para impedir que pueda ser usado de nuevo. Y eso en plata blanca significó el fin de las sanciones económicas que desde 1979 pesaban sobre ese país.
Al día siguiente, el presidente Barack Obama saludó el intercambio de cuatro estadounidenses prisioneros de Teherán, entre ellos el periodista de The Washington Post Jason Rezaian, por siete iraníes encarcelados en Estados Unidos. También, celebró la liberación de los tripulantes de dos botes patrulla norteamericanos que el miércoles pasado entraron inadvertidamente a aguas territoriales iraníes en el golfo Pérsico.
Con esa idea en mente, el mandatario subrayó además que su equipo había “trabajado directamente con el gobierno de Irán y garantizado su liberación en menos de 24 horas”. Sin embargo, es claro que el tiempo récord en el que se superó el impasse no se debe solo a eso, sino a la cercanía de las elecciones legislativas de Irán, previstas para el 26 de febrero. Y en ese sentido, es claro que al presidente de ese país, el moderado Hasán Ruhaní, le urgía llegar a las urnas con la victoria política que significa el fin de las sanciones.
“Este es un buen día”, dijo el domingo el mandatario en una rueda de prensa dedicada a sus detractores, “pues una vez más vemos lo que es posible con una diplomacia estadounidense fuerte”. Y, en efecto, se trata del segundo gran éxito de Obama en poco más de un año tras el acercamiento con Cuba a finales de 2014, lo que refuerza su legado como el presidente que tendió puentes diplomáticos con viejos enemigos de su país.
La aprobación oficial de la Aiea significa que Irán puede vender nuevamente su producción, de entre medio y 1 millón de barriles de petróleo diarios en el mercado internacional, lo que bastó para que el precio del crudo bajara por primera vez de 30 dólares y le apretara aún más el cinturón a los países que dependen de las rentas petroleras, como Venezuela, Nigeria o Argelia. También, que los 100.000 millones de dólares de activos congelados desde 1979 ingresarán a la economía iraní, sin olvidar la inminente admisión de su sistema a la red internacional Swift, lo que le permite tener relaciones bancarias con el resto del mundo y –en particular– le abre las puertas a la inversión extranjera en el país.
Consecuentemente, Irán se ha convertido en el nuevo El Dorado de los negocios, pues como explicó el fondo de inversiones ruso Renaissance Capital se trata de “la última gran economía que se abre a los capitales internacionales”. Y en efecto, 150 empresas de 50 países han visitado recientemente Teherán, entre ellas las europeas Airbus, Daimler, Alstom, Bouygues, Aéroports de Paris, Renault y Peugeot. A su vez, el presidente de China, Xi Jinping, visitará Teherán esta semana y el canciller británico y el ministro de Economía alemán tienen previsto hacer lo mismo en mayo. Por su parte, el propio Ruhaní tiene planeado ir este semestre a Roma y a París. Sin embargo, aunque el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, fue uno de los protagonistas del acuerdo, las empresas de ese país no podrán invertir en Irán, pues el Departamento del Tesoro ha dicho claramente que el embargo estadounidense seguirá en pie, no obstante la comunidad internacional haya levantado sus sanciones. Y eso significa perderse un mercado de 80 millones de habitantes, de los cuales casi la mitad tiene menos de 24 años.
Sin embargo, pese a la mejoría que significa el fin de las sanciones, para los iraníes de a pie el cambio no será inmediato. Como le dijo a SEMANA Amatzia Baram, profesor de Historia Contemporánea de Oriente Medio de la Universidad de Haifa, “no cabe duda de que habrá más posibilidades de empleo para los jóvenes, pero el fin de las sanciones solo se sentirá dentro de tres o cinco años. Eso se debe a que los precios del petróleo se mantendrán bajos durante los próximos 24 meses, el embargo no es más que una entre muchas causas del estancamiento económico, y gran parte de los fondos que van a entrar a su economía se destinarán a la compra de armamento y a financiar su red de apoyo internacional, que incluye grupos como Hizbulá en Líbano, los hutíes en Yemen, las milicias chiitas en Irak y el régimen de Asad en Siria”.
De hecho, los grandes ganadores del fin de las sanciones son los ayatolás que desde más de tres décadas controlan el país, comenzando por el líder supremo del país, Alí Jamenei, y su Guardia Revolucionaria Islámica, que controla todos los estratos de la sociedad iraní. Estos han manejado además el país con puño de hierro, lo que se refleja en la mayor tasa de aplicación de la pena capital del mundo, la criminalización de las huelgas y de cualquier actividad sindical, así como una restricción extrema de los derechos políticos. En efecto, el martes los partidos reformistas denunciaron que el Consejo de Guardianes (que Jamenei controla) solo aprobó el 1 por ciento de sus candidatos.
En el frente internacional, el impulso que esos sectores conservadores recibieron con el fin de las sanciones tiene con los pelos de punta a sus enemigos históricos. En particular a Israel, un país que el gobierno iraní ha jurado destruir, y Arabia Saudita, que desde la Revolución islámica de 1979 sostiene una fuerte rivalidad con Teherán, pues ambos países son las cabezas visibles de los sunitas y de los chiitas, y aspiran a ser el poder hegemónico de la región. Sin embargo, es poco probable que Tel Aviv y Riad puedan convencer a la comunidad internacional de que Irán es el mismo monstruo que encabezó el Eje del Mal de George W. Bush.
Aunque en Teherán sigue gobernando el mismo régimen al que se le atribuyen acciones terroristas en países tan diversos como Argentina, Líbano, Kuwait, Grecia, Estados Unidos, Bahréin, India, Bulgaria, Kenia o Panamá, lo cierto es que el panorama mundial cambió a favor de los ayatolás. “En la actualidad, se tiene la percepción de que la mayor amenaza terrorista en Oriente Medio es Estado Islámico, que es sunita a más no poder. Y por su parte, Irán y las milicias chiitas han sido la fuerza más efectiva a la hora de contener esa amenaza, por lo que hoy Irán está de facto del lado de los buenos desde el punto de vista de la Otan”, le dijo a esta revista Juan Cole, profesor de Estudios sobre Oriente Medio de la Universidad de Michigan y autor de varias obras sobre el tema.
De cualquier modo, el acercamiento entre Washington y Teherán obedece sobre todo a objetivos estratégicos, y no hay que esperar mayores cambios sociales en el país de los ayatolás. Como dijo en 1979 Ruhollah Jomeini, el predecesor de Jamenei y padre intelectual de la Revolución islámica, “no le tememos a las sanciones. No le tememos a una invasión militar. Lo que nos da miedo es una invasión de la inmoralidad occidental”.