Jesucristo, el maestro con autoridad

«En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la Sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad. Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús le increpó: Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta los espíritus inmundos les manda y le obedecen. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.»  (Marcos 1,21-28).

Padre Elcías Trujillo Núñez

Hoy la Palabra del Señor en el Evangelio, nos relata la expulsión de un demonio por Jesús. Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro, muy extraño. Porque el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de aquellos tiempos.

Sin embargo, constatamos que también sucede en nuestros días, aunque sea poco frecuente o muy llamativo. Pero quisiera que nos preguntáramos hoy, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar, en nuestros días, su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia. Reflexionemos en este domingo sobre el demonio y su actuar en el mundo y en nuestra vida. Sabemos que antes que existiera nuestro mundo, Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos – unos fieles a Dios y otros rebeldes en contra de Él. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios. Y porque no les es dado enfrentarse directamente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre.

Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas. ¿Quién negaría tal realidad? Nadie de nosotros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimenta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos. Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados, de nuestras maldades. La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal – que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados – todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo. Caídas que han llevado al hombre a consumirlo en la tristeza, en la desolación, en la soledad. Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio.

Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Recuerdo ahora una anécdota de un sacerdote, a quien aprecié mucho, Francisco Cadena, me contó que una vez iba de viaje en un bus a Bogotá y su compañero de silla era uno de estos personajes burlones que quieren ridiculizar la Iglesia. El personaje este le dice al Monseñor Cadena, “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”.  El sacerdote solo sonrió y empezó a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compasión con los huérfanos”. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo! Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demonio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada. Porque nosotros mismos no lograremos soltarnos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de nosotros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo.

Es necesario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir un mundo distinto, donde reinan la verdad, la justicia y la solidaridad con el hermano más necesitado.

Nota: iniciamos en la Parroquia San Calixto en Timaná la Celebración del Jueves Eucarístico a las 5 pm. Le esperamos.

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