Jesús rechaza los fanatismos

«Juan le dijo: “Maestro, hemos a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros”.  Pero Jesús dijo: “No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa. Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de estas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar”» (Marcos 9,38-43).   

 

Héctor Abad Faciolince, quien escribe el libro “El Olvido que seremos”, describe la vida de su padre Héctor Abad Gómez, médico y maestro universitario que no participaba del cristianismo, quien fue asesinado por defender la dignidad humana desde las cinco a: aire, agua, alimento, abrigo y afecto, me ayuda a entender que muchos que no se confiesan cristianos de nombre, actúan como verdaderos cristianos, poniendo en práctica el Evangelio de paz, de justicia y de amor. Hoy el Señor nos hace una exigente llamada a los que nos llamamos cristianos a acoger y valorar todo lo bueno y evangélico que hay en tantas personas y en tantas cosas que se hacen bien en nuestro mundo. Una invitación a tender la mano a toda persona de buena voluntad, a poner todas nuestras fuerzas junto a los que, desde otras motivaciones religiosas o no, quieren como nosotros un mundo más humano y más justo.  Jesús rechaza los fanatismos religiosos o la exclusividad de la verdad para imponerla por la fuerza. Los discípulos han visto a un extraño, uno que no es del grupo, que también echa demonios en hombre de Jesús. Pero la actitud del Señor es mucho más generosa: “El que hace milagros en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a favor nuestro”.

El egoísmo llevado a la Iglesia y al mundo religioso puede ser mucho peor que el egoísmo del rico que condena Santiago en la segunda lectura de hoy. Muchas veces los cristianos queremos ser los protagonistas exclusivos de todo lo bueno que hay en el mundo. Rechazamos lo que viene de otro campo que no es católico. ¿Acaso nuestros intereses de grupo y nuestro cristianismo nos importan más que Cristo? La Iglesia, sus ministros y sus miembros no pueden monopolizar a Cristo. Cristo es más que la Iglesia y desborda las fronteras de ésta. Y la gracia y la misericordia de Dios no se atan a nada, sino que actúan con entera y soberana libertad. Debemos tener claridad y seguridad en nuestra fe, en nuestras convicciones religiosas. Pero en nuestro mundo pluralista, lo esencial no es diferenciarnos, enfrentarnos y separarnos por problemas de fe. Es más importante encontrarnos en el espíritu de generosidad, comprensión y solidaridad. Tenemos que aceptar al otro, reconocer la verdad y el amor que él aporta, sólo así podremos, juntos, construir el Reino de Dios y crear, unidos, un mundo mejor, con más paz, justicia, amor, alegría, y felicidad para todos.

El Papa emérito Benedicto XVI en muchas de sus intervenciones dijo: “La fe no se impone, la fe se propone”. Es la hora de unir todas las fuerzas religiosas y humanas para caminar juntos en la construcción de un mundo de hermanos, como quiso Cristo.  No quiere decir esto que el cristiano deba renunciar a evangelizar o a testimoniar su fe. Pero sin imponer nada a nadie, convenciendo con el testimonio de la vida y no venciendo con ningún tipo de imposición. Bastante terrible lección nos ha dejado la historia de nuestra Iglesia en el pasado, de las cuales el Papa San Juan Pablo II pidió solemne y públicamente perdón.   Nos lo dice hoy Jesús en el Evangelio: “no impidáis que se hable de mí o que se actúe en mi nombre”. Nadie tiene la exclusividad del Evangelio. Lo esencial de la fe cristiana es precisamente el amor, aunque ese amor se viva sin la conciencia de que proviene de Dios.

La historia nos ha mostrado hombre grande como Gandhi, el hindú, que admiraba profundamente a Cristo y que leía cada día las Bienaventuranzas. Pero viendo el mal ejemplo de muchos cristianos, prefirió ser un buen hindú admirador de Cristo y cumplidor de su Evangelio, que un mal cristiano.   A nosotros, los cristianos de nombre y de corazón, nos toca trabajar codo a codo con todos aquellos que, en el mundo creen y luchan por la utopía de Jesús: por una humanidad solidaria, donde seamos todos iguales y hermanos unos de otros.

 

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