La ambigüedad de los hechos de paz. Por Roberto Castro Polanía

Fui secuestrado por el Frente 13 de las Farc el 28 de marzo de 1983. Después de dos penosas jornadas, a las 10 de la noche, empapados, al fin escuchamos responder el “chucureo” , señal de que habíamos encontrado el campamento.  Allí me dieron ropa seca, una porción de “chancarina” y una “casa”, que cargaría en mi morral y en donde pernoctaría las siguientes 30 noches en las montañas de la Bota Caucana.  A los pocos días me dieron un radio en el que un día escuché un comunicado de las Farc ordenando a sus hombres detener el secuestro y liberar a los secuestrados.  Contento pero tranquilo, me dirigí a “Camilo” y “Oscar” para pedirles que me dejaran hablar con su comandante; quería comunicarle la orden del “Estado Mayor” que acababa de escuchar en la radio.  Esa tarde me respondieron: “-nosotros no somos las Farc, pertenecemos a otro grupo guerrillero”  “-Qué grupo son ustedes?” “-No le podemos decir,  solamente podemos decirle que no somos de las Farc”. Recordé este doloroso episodio en estos días, cuando muchos analistas cuestionan la credibilidad del anuncio reciente de las Farc anunciando el fin la práctica del secuestro extorsivo. La duda se apoya en el incumplimiento del mismo anuncio, que quedó plasmado en el Acuerdo de La Uribe, en marzo de 1984.  El anuncio de suspender la práctica del secuestro, acompañado de la orden de liberar a los secuestrados, lo hicieron un año antes de que quedara formalmente plasmado en el Acuerdo de La Uribe.  Yo lo escuché por radio mientras estaba secuestrado por las Farc en Villalobos. Casi treinta años han pasado.  Lo que siguió después es historia conocida.  En el pináculo de la infamia, en los años 2002 y 2003, el número de secuestros llegó a sobrepasar los 3 millares cada año. Una diferencia notable entre el anuncio de entonces y el de ahora, es que no han ordenado esta vez la liberación de los secuestrados, como lo hicieron entonces.  Y en este punto, el gobierno ha guardado inexplicable silencio.  Ante el anuncio de las Farc, no ha dicho el Presidente Santos ni una palabra sobre los 725 colombianos que hoy se encuentran secuestrados, según lo documenta en detalle la Fundación Nueva Esperanza.  No todos están en manos de las Farc, es cierto; pero, por qué guardar silencio?  Por qué no exigir a voz en cuello, a nivel nacional e internacional, la liberación de todos los colombianos secuestrados? Esperábamos una enérgica exigencia y todo lo que seguimos escuchando son difusas demandas de “hechos de paz”; pero nada en concreto. Mucha ambigüedad. robertocastro@radiosur.net

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