Gabriel Calderón Molina
El martes pasado el periódico El País de España, basado en lo contado por el Whashinton Post, publicó una nota según la cual 400 empresarios de los más ricos de EE.UU. le habían enviado una carta al presidente Trump y al Congreso en la que pedían que no disminuyeran los impuestos a las grandes empresas argumentando que hacerlo significaba disminuir los recursos del Estado destinados a los sectores más pobres de esa nación.
Esta información llamó mi atención no solo por ocurrir en el país en donde a los ricos poco les importa la suerte de los más pobres, sino porque me hizo recordar un escrito publicado por El Espectador el 6 de enero de este año que, con el título “¿Imposibilidades económicas de nuestros nietos?”, ponía en evidencia una vez más un hecho que infortunadamente para muchos pasa desapercibido: el avance de las tecnologías están destruyendo los empleos aceleradamente amenazando la suerte laboral de nuestros nietos y sus descendientes. Esto lo escribe Kaushik Basu reforzando lo ya anunciado por otros investigadores para quienes la tecnología está deteriorando el empleo a la vez que las ganancias por su uso, pasan a beneficiar los ingresos de los grandes empresarios. O sea que siendo inevitable la innovación tecnológica de las empresas, estas se apropian de sus mayores utilidades en beneficio de sus dueños sin importarles el desplazamiento que haya ocurrido de mano de obra. Es decir, la generación de empleo en los sectores industriales, se está achicando a medida que se usan más tecnologías, afectando un mundo que crece en población y que por lo tanto demanda de más puestos de trabajo. Lo anterior explica en buena parte que la riqueza en el mundo se concentre cada vez más, como lo confirma el dato de que solo 8 personas tienen hoy día recursos iguales a la mitad de los habitantes del nuestro planeta.
La carta de los empresarios tiene un valor trascendental que nos debe llevar a pensar que por el uso de más tecnologías las empresas deben pagar más impuestos y no reducirlos como lo pregonan demagógicamente algunos políticos colombianos.