LA NACIÓN
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Cuando se habla de animación cinematográfica, el primer referente que aparece en el imaginario popular es el liderado, en la mayoría de las veces, por las producciones de gigantes como Pixar, Disney, Lucas Film o Dream Works.
Sin embargo, en el caso colombiano hay muchos ejemplos memorables. La mayoría de los que hoy superan la cuarta década recordarán comerciales publicitarios como el de los pasabocas Gudiz, el de ‘Renault 4, amigo fiel’ o el de la bebida vitamínica Cal-C-Tose. Y todos se hicieron con animación criolla.
A estos trabajos se unen, en el terreno cinematográfico, cortos de nombres icónicos como los de Carlos Santa y Fernando Laverde, los cuales recupera el libro ‘Estudios sobre la animación en Colombia’, de la Universidad Javeriana.
“Queríamos hacer visible lo que se ha hecho en animación en el país, porque la crítica y la historia del cine han sido muy ingratos con ese arte”, comenta el profesor Camilo Cogua, compilador y editor de los ensayos incluidos en el libro.
Una de las primeras apreciaciones que hace el experto es clarificar que se trata de un arte y no de un género, pues –como dice– “se puede hacer cualquier género con animación”.
Además de su reflexión sobre la tendencia de la animación en cortometrajes que se inspira en la plástica, la publicación incluye otras nueve, que ofrecen una mirada integral e interesante sobre esta disciplina audiovisual.
Es el caso de ‘Diseño de sonido en animaciones colombianas’, de Carlos Alberto Manrique; ‘Carlos Santa o cómo hacer arte hoy sin perder el aura’, de Mauricio Durán Castro, o ‘El cine de animación de Fernando Laverde’, escrito por Pedro A. Zuluaga.
Cogua destaca que tal vez lo más recordado son los trabajos en este arte en cortometrajes, en especial por razones económicas.
“Vivimos en un país sobre todo de cortos, ya que por las características de producción y lo dispendioso que es hacer animación, un largometraje es más demorado. Imagínese, si Disney, con esos equipos de producción y de personas, se demora cinco años haciendo ‘El rey león’”, explica el profesor.
Agrega que si bien la gente se acuerda más de los ejemplos comerciales o de los trabajos para el público infantil, en la parte cinematográfica y de las artes plásticas se ha hecho una labor destacable, que queda por fuera del imaginario. Esta tendencia se refleja en la pobreza de críticas sobre la animación, frente a las que se hacen de grandes producciones de cine.
Para compensar este vacío, uno de los aportes afortunados de este libro es el de rescatar muchos ejemplos independientes que se han hecho de animación en el país. Es el caso de producciones como Máquina de añoranzas, American Lady, Llegó la hora y El país de Bellaflor.
Este último realizado en stop motion por Fernando Laverde, el animador que más largometrajes colombianos tiene.
Cogua destaca que muchos de los trabajos nacionales no necesariamente se sustentan sobre ese imaginario del gran engranaje digital. “Una de las cosas que mostramos es esa falsa expectativa de que la tecnología hace como la posibilidad de lo estético. Muchos se deslumbran, pero realmente las posibilidades de la estética están de acuerdo con los creadores”, anota el editor.
Sin duda, uno de los grandes avances de este arte en el siglo XXI es mostrarse mucho más cercano a la gente.
“Es un mundo en el que la imagen en movimiento cada vez está más cercana a las personas para producirla y también para consumirla. Antes le tocaba a uno esperar a que pasaran lo que quería ver por televisión o ir a cine. O comprarse una cámara costosa para experimentar. Ahora hay cualquier aplicación y páginas web, y es muy fácil aprender y hacer animación”, concluye Cogua.
En el libro también se incluyen las reflexiones ensayísticas de Óscar Andrade, Carlos Smith, Juan Manuel Pedraza, Ricardo Arce, Juan Conde, Diego Ríos y el epílogo escrito por Carlos Santa, uno de los protagonistas de esta movida en el país.
El texto destaca muchos ejemplos independientes que se han hecho de animación.
El libro destaca ejemplos memorables de la historia de la animación en Colombia.