La belleza en Dostoyevski

Ninguna enfermedad tan corrosiva como el fanatismo, tan destructiva para cualquier persona. La convierte en cosa ideológica, en algoritmo humano de alguna secta con delirios de poder para beneficios políticos y económicos.

Tapona los huecos de los sentidos en el cuerpo. Pudre la visión, la audición, asfixia la consciencia. “Lepra lírica”, la llama Ciorán. Impide visualizar la Belleza del mundo, la de las personas cercanas. Produce amarguras, odios, envidias, rencores…, deseos inconscientes de asesinar.

Solo queda el recurso de triturar ideologías, liberarse de los venenosos condicionamientos sociales. De abandonar el estatus de simulacro según Baudrillard, de alienado según Marx, de idólatra según la Biblia. Recuperar el yo natural perdido entre tantos artificios. Recobrar el estatus de sagrado refundido entre tanta profanidad.

Toca sanear la consciencia para ver y sentir la Belleza, su silenciosa música en el universo, su armónico transitar en el Cosmos. Descender a los oscuros laberintos del subconsciente, región donde llegan poetas a beber poesía para envasarla en bellos poemas, donde acuden músicos para oír los sonidos originales y transformarlos en bellas canciones, donde concurren pintores buscando inéditas imágenes y plasmarlas en hermosos colores.

Donde acudió alguna vez Dostoyevski para encontrar la Belleza y escribir su inquietante novela, Los hermanos Karamasov. Y traer, de sus bajos fondos del yo liberado, al hermoso personaje de Zósima, el sabio sacerdote de su ficción.

Él, el personaje, creía en la salvación a través de la Belleza. En ella encontraba la marca de lo divino. Recordaba, en algún pasaje de la novela, su recorrido en compañía de otro más joven, por la Rusia de entonces, pidiendo limosna para el monasterio.

 “Aquel joven y yo éramos los únicos que no dormíamos, hablando de la Belleza del mundo y su misterio.”, afirma en sus remembranzas. Y continúa: “Cada hierba, cada escarabajo, una hormiga, una abeja dorada, todos interpretaban su papel de manera admirable, por instinto, y atestiguaban el misterio divino, pues lo cumplían continuamente”. El Dios de Spinoza, el panteísmo inmanente de Rivera.

Noble realidad. Para presentir el flujo original del Mundo y sentir, por un instante, una gota de la gran Belleza Universal, nada como liberarse de cualquier lepra lírica. Como en el amor, el arte solo estalla en libertad.

Nota 1: El jueves 31 de octubre, a las 4:30 p.m., estaré en Banco de la República leyendo un cuento. Los primeros 25 asistentes tendrán derecho a un libro gratuitamente.

Nota 2: El primero de noviembre, a la misma hora y en el mismo lugar, leeré una conferencia comparando la sacralidad en Rivera y Dante. Les agradezco su compañía en mi modesto aporte a la gran conmemoración del centenario de La Vorágine.

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