La cicatriz de fuego. Por Fuad Gonzalo Chacón

Hay heridas que definitivamente nunca cierran, hondos cortes en el alma que corroen a pesar del tiempo, punzadas repetitivas que nos recuerdan día tras día los dolores del ayer. Los orígenes lesivos son variopintos, desde un corazón roto que nunca logró hacer casar sus piezas de nuevo, en el caso de la personas, hasta los días trascendentales en la historia que cambian para siempre la dinámica de un país, como le sucedió al nuestro. La fatídica y casi que noctámbula tarde para olvidar del 6 de noviembre de 1985 se convirtió en la cruz de todos los colombianos, de su generación, de la mía y de las que vendrán cuando nosotros ya no seamos más que polvo y suspiros perdidos. El Palacio de Justicia será para siempre la condena perenne de nuestra memoria, su brutalidad y monstruosidad son una marca indeleble en nuestros recuerdos, será el fantasma que nunca lograremos exorcizar de nuestra historia ni del centro de Bogotá. Pero como todo hito, son muchas las sombras que se esconden entre los escombros de aquella noche surcada por las llamas, a ciencia cierta no se sabe muchas cosas que allí sucedieron y por momentos reina la zozobra más que la certeza. Quizás es por ello que el tema sigue siendo volátil e incendiario, el miedo de seguir lacerando a un país muerto durante varias horas en aquella toma y retoma nos impide esclarecer varios aspectos vitales. Un paso indispensable para que la catarsis sea completa o al menos más llevadera. El turno de avivar los carbones fue para Rafael Nieto, a quien se le ha venido medio planeta encima por su postura frente a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Que es ofensiva, muy posiblemente; que es denigrante con las víctimas, claramente lo es; que no colabora con el perdón, hasta de pronto; pero que sea inesperada, eso sí que no, es la defensa normal de un Estado. Es apenas entendible que como estrategia de litigio jurídico no quiera sólo bajar la cabeza a la espera del martillazo inminente, sino que esté dispuesto a dar la pelea. No defiendo los argumentos de Nieto, pero ya que Colombia optó por esta vía podemos ver en ella una oportunidad. Igual nos van a condenar aceptando a los desaparecidos o no, que sea este el motivo para hacer un escrutinio severo que nos permita reconocer a los que en verdad estuvieron ese día en medio del infierno y a los que no, no sea que terminemos indemnizando sujetos imaginarios como hace poco en el caso Mapiripán. Sean cuántos sean los nombres que se prueben como olvidados por el plomo al final del proceso, será útil para cauterizar la cicatriz de fuego que este día nos dejó y que cargamos todos por dentro. Obiter Dictum: Veo con buenos ojos la más reciente encuesta que ubica al general Naranjo con mejor intención de voto que Santos, librar la poltrona de la Casa de Nariño al azar en un mano a mano entre primos dejaría mucho qué desear de este país.

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