«Muchos discípulos suyos dijeron al oírlo: -Este modo de hablar es insoportable; ¿quién puede hacerle caso? Consciente Jesús de que lo criticaban sus discípulos les dijo: -¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais subir al Hombre adonde estaba al principio? Es el Espíritu quien da vida, la carne no es de ningún provecho; las exigencias que os he estado exponiendo son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros quienes no creen. (Es que Jesús sabía ya desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar) …» (Juan 6,60-69).
Padre Elcías Trujillo Núñez
Muchos que habían presenciado la gran señal del pan partido, no aceptaron ni su valor como signo ni la explicación dada por Jesús, pues hablaba con esta señal de Él mismo, como Pan de Vida, don del Padre, que ha bajado del cielo y que, en su entrega hasta la muerte, como pan partido, da la vida al mundo, para que el que come de este verdadero pan de vida que es su carne eucarística tenga vida eterna. Muchos discípulos se marcharon al oír estas explicaciones. La interpelación directa de Jesús a Pedro y a su Iglesia resuena entonces con fuerza: “¿También ustedes quieren marcharse?”. La respuesta de Pedro es la expresión de la Iglesia, que, aunque muchas veces no entienda todo lo referido al misterio de su Señor, sin embargo, tiene permanentemente la firmeza de la fe y la conciencia de que Jesús es el Santo de Dios. La fe es la firme adhesión a la persona de Jesús y a su enseñanza, al sentido de sus hechos milagrosos y a la palabra que los ilumina. En esta fe petrina está arraigada la tradición de la Iglesia.
Preguntémonos por nuestra fe y evaluemos la respuesta individual y comunitaria de nuestra adhesión a la persona de Jesucristo, para que nuestras vidas se vayan configurando según la realidad gozosa que en cada Eucaristía celebramos, en comunión con el pan partido, Jesucristo crucificado y resucitado, cuyo Espíritu da vida. Esta vida del Espíritu se nos comunica especialmente mediante el único Pan de Vida, que es Cristo Eucaristía y Cristo Palabra. En el fragmento del evangelio de hoy se pone de relieve que las palabras de Jesús son espíritu y son vida. Es interesante ver cómo este discurso joánico resalta la fuerza de la Palabra de Cristo uniéndola al Pan de vida. El Concilio Vaticano II presentaba la íntima vinculación entre el Pan y la Palabra en la Dei Verbum 21: “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la Palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia”.
Hoy Jesús nos lleva a descubrir que la verdadera comida, la que da vida eterna, consiste en su Palabra y en su cuerpo y sangre. Por eso exige de cada uno de nosotros una toma de posición, clara y explícita, un compromiso en pro o en contra de Él, tal como ocurrió después de terminar el discurso del Pan en Cafarnaúm. Aquella gente se había entusiasmado al ver el milagro de la multiplicación de los panes. Pero después de haber escuchado las mismas palabras de Jesús, se dividió en tres actitudes o grupos diferentes: El primer grupo: según San Juan, muchos discípulos no creen en lo que el Señor acaba de declarar; lo critican, lo rechazan. No es la primera vez que los hombres le manifiestan su desacuerdo a Dios. Israel fue un pueblo rebelde que rechazaba hasta los beneficios de su Dios. El segundo grupo: es aquel que tampoco cree en Cristo, que no deja de criticarlo, y sin embargo sigue caminando con Él. No lo dejan por respeto humano, o porque esperan volver a comer pan gratis o a tomar de ese famoso vino que comentan todavía los de Caná. En el fondo, son hipócritas y aprovechados. Judas Iscariote es uno de ellos, uno de esos incrédulos. Por último, se queda un tercer grupo, muy reducido, de discípulos de Cristo: los once, algunas mujeres y otros pocos creyentes.
El Señor no los retiene a la fuerza, y por eso les pregunta: “¿También Uds. quieren marcharse?” Y entonces Pedro, hablando por primera vez en nombre de sus compañeros, contesta: “Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros te creemos”. Así que la primera comunidad en torno a Cristo se constituye a partir de hombres libres, que saben decidirse por Él, que hacen frente a la gran mayoría del pueblo y que le seguirán tanto en sus triunfos como en sus fracasos. ¿A cuál grupo pertenecemos en nuestro caminar de fe? ¿También nos queremos marchar de nuestra Iglesia?