Un sentimiento de profunda indagación me tomó por asalto el pasado Domingo en la mañana cuando de un reconocido diario del país leía un reportaje con el título: “Colombianos, los más felices del mundo”, según el cual Colombia habría subido cinco puestos en el “ranking” de felicidad, esto determinado por Win Gallup International. Con un olor verosímil y casi que falaz, acordé necesario dedicarle una columna a tan singular problema. De acuerdo con los datos facilitados en dicho reportaje, en Colombia el departamento más “feliz” es Barranquilla, seguido por Medellín, pasando por Bogotá etc. Sin embargo, me reservo el derecho a la duda frente a tan sarcástico enunciado. Resulta muy complicado que ante la evidente carencia de equidad en las diversas esferas de la sociedad colombiana se pueda sostener un primer puesto en felicidad. Aquí no se trata de ser “anti-chevere” o incrédulo, sino que más allá de cuestionar la capacidad que tenemos los colombianos para llegar a la felicidad, cosa que no lo dudo del todo, habríamos que pensar antes qué tipo de sentimientos pretendía suscitar entre los colombianos este diario con el reportaje en cuestión. ¿Querrá alimentar la endeble utopía de saber que hay caminos mejores, cuando a la larga la realidad tangible es contraria? Sin bien es cierto que no hay que revolcarnos en las penas, tampoco deberíamos ilusionarnos con alegorías retóricas que entre otras cosas lo que logra es alejarnos de la toma de una actitud crítica frente al problema de ser felices. Me da la ligera sensación de que los colombianos a quienes les aplicaron la susodicha encuesta confundieron felicidad con la comodidad. El titánico trasegar por estar tras las pistas de la felicidad se ha constituido en algo connatural en el hombre; es de sui generis trabajar en aras a estar-feliz como fruto de la comodidad que ha logrado, pues no todo aquel que está cómodo es feliz. Algunos podrán afirmar, sin duda alguna, que ser feliz es tener lo necesario para vivir, y aún así, la felicidad estaría limitada a eso: tener. No obstante, hay una ley de la que hace algunos años Jaime Garzón, de feliz memoria, nos había hablado. Se trata de “La Ley del menos esfuerzo” que es la nos arroja a tener una actitud cómoda ante la vida. Con esto no quiero decir que nos vayamos al otro extremo, a un activismo laboral viviendo en función de la lógica industrial. Lejos de pretender dar lecciones de cómo vivir feliz, considero que la felicidad se pudiera entender en clave existencial, es decir, como un estado en proyección continua, no acabada. Así el hombre tendría a la felicidad como una realización paulatina y no como una entidad cuantificable. La cuestión sobre la felicidad en Colombia, entonces, ya no gravitaría entorno a saber cuantos somos felices, sino en cómo logramos ser felices. De esta manera nos estaríamos introduciendo a una perspectiva más amplia de la felicidad en Colombia, términos que de por-sí gozan de una gran ambigüedad e ironía. No hay nada más subjetivo que ser-felices, pues lo que para unos resulta ser sinónimo de tristeza para otros significará la felicidad misma.